El caballero que decidió olvidar

No tenía ninguna opción. A pesar de ser huérfano de padre con 18 años, y de los esfuerzos de su madre por contactar con mandos de la caballería de aquel reino, Juan José de la Cuesta, iba a ser llamado al servicio de armas. De nada sirvió el hecho de ser el cabeza de familia que sostenía la economía de la casa. La situación en aquella tierra era cada vez más difícil e inestable. Era necesario que todo hombre en edad de luchar realizara aquel ejercicio de preparación para una posible guerra.

 

“El médico ha sido muy claro tiene dificultad para absorber ciertos nutrientes. Por eso le vemos tan metido en sí mismo y tan despistado. Le han mandado una pastilla y le han aconsejado que siga una dieta rica en potasio. Aún así, es posible que sigan los problemas. Papá se está haciendo mayor”.  Este fue el diagnóstico que le dieron a mi tía sobre el abuelo, y fue el diagnóstico que le comunicó a papá. Mientras esta conversación se producía, el abuelo contemplaba a la gente pasar desde la terraza. En sus ojos siempre distinguí una mirada perdida, aquella tarde comprendí porque. Antes de saber qué problema de salud tenía, mi fantasía infantil me hacía creer que su estado de silencio y reflexión perenne se debía a la metralla que tenía en la cabeza, fruto de la guerra en la que participó. Al verme entrar en la terraza, me miró y sonrió : “¿cómo estás Javiju?.

 

Tras el servicio de armas Juan José regresó al pueblo de sus raíces. El reino estaba más convulso que nunca y pronto estallaría una guerra entre los grupos caballeros de dos estandartes. El estandarte rojo y el estandarte azul. Los años de falta de dialogo, las desigualdades sociales y algunos actos violentos habían generado una división interna en el país. El rey de aquellas tierras había perdido popularidad y capacidad de gobernar, así que decidió abandonar un estado avocado a un enfrentamiento civil.

El conflicto era inevitable. Los hombres de aquel reino se repartieron en ambos bandos. Azules y rojos. Unos lo hicieron por convicción para con el estandarte de la caballerías en el que se alistaban. Otros, sin embargo, fueron forzados a engrosar la lista de una u otra caballería cuando su ciudad era tomada por azules o rojos.

Juan José de la Cuesta fue reclutado de esta segunda manera por el estandarte rojo, más en su fuero interno era afín a las ideas de la caballería contraria. De nuevo tuvo que dejar atrás a su madre y  hermanos, así como a la mujer con la que acabaría compartiendo vida. Juliana. Se marchó con la sensación de no saber si volvería a verlos. No tuvo tiempo de sentir angustia, tristeza o miedo. La guerra no da tiempo para que las emociones surjan en el corazón de los hombres. En cambio si  fue consciente de que dentro de las tropas de su estandarte había caballeros que conocían las simpatías de Juan José para con los azules. Fue quizás esa simpatía o lealtad a los ideales del estandarte contrario, sumada a un instinto de supervivencia muy acusado, lo que le hizo desertar para formar parte de las tropas enemigas. En su fuga le acompañaron otros compañeros de estandarte que como él, creían necesaria la victoria del ejército rival  al estandarte rojo.

La decisión fue casi suicida. Podían ser ajusticiados como traidores en el bando que dejaban, o confundidos por enemigos por los miembros  del estandarte que iban a pasar a defender. La persecución no se hizo esperar y el corazón de uno de sus compañeros de huida fue alcanzado por una flecha. “Cuidad de mi familia” fueron sus últimas palabras. No hubo tiempo ni de enterrarle ni de rezar por su alma. Aquel conflicto armado, no respetó a los muertos. Por otro lado, Juan José de la Cuesta había escapado de la muerte.

 

Estaba ingresado en el hospital. Una bajada de potasio y otras complicaciones adicionales casi le cuestan la vida. Lo más paradójico de la crisis de salud del abuelo, es que se produjo en el día de su cumpleaños. En mi fuero interno sentí que se quería marchar del mundo el mismo día que llegó. Más esas situación no se dio, y el abuelo escapó de la muerte.

 

1 – Abril – 2017. La Guerra Civil española llega a su fin. Trescientos mil muertos, casi igual número de desaparecidos, y decenas de miles de ajusticiados completan la lista del episodio más negro de la historia de España. Aquellos hombres y mujeres que perecieron, antes, durante y después del conflicto, fueron la causa de la herida que existe en la mente y en el corazón de muchos españoles. Una herida que sigue sangrando y que todavía no ha cicatrizado. Hermanos contra hermanos, hijos contra padres, amigos contra amigos. En aquellos días terribles muchos lazos se rompieron casi para siempre.

 Los caballeros del estandarte azul vencieron aquella contienda. En sus filas se encontraba Juan José de la Cuesta.  En su bando se valoraba mucho la capacidad de liderazgo, sentido común y sensatez que poseía. Por eso, al regresar al pueblo, y en el reparto de responsabilidades de aquellas tierras, le otorgaron un cargo para el gobierno de aquella Villa. Una vez acabado el conflicto bélico, el nuevo gobernante que lideró el estandarte azul, emprendió un periodo de represión y ajusticiamiento contra los hombres de rojo. Juan José ,en cambio, desde su posición política, permitió que los caballeros de aquel estandarte regresaran al pueblo ayudándoles a encontrar trabajo. “Todo hombre tiene derecho a rehacer su vida y regresar al hogar, tenga la ideas que tenga. Ni sus mujeres, ni sus hijos no han luchado en esta guerra. Sería injusto que también pagaran por ello dejándoles si padre”. Repetía a todo aquel que le reprochaba aquellas medidas. La actitud de Juan José siendo humanista, no gustaba a muchos de sus compañeros de estandarte, mas su sentido de la justicia era tal que prefería ayudar a  recomponer corazones por encima de humillar a los vencidos. “Han sufrido más que nosotros, nuestra responsabilidad es ayudarles a tener una vida más fácil “.

 

El sistema nervioso se le había colapsado de una manera tremenda. Un trombo había hecho que gran parte del cuerpo se le paralizase. Los daños todavía no eran cuantificables. El infarto cerebral dejaría secuelas importantes en el abuelo. La movilidad se vio muy afectada, pero lo más complejo llegó después. La memoria estaba totalmente distorsionada. Confundía acontecimientos, pasados, y presentes. Según los médicos tenía principio de demencia senil.  En aquellos días previos a la adolescencia,  vimos como el abuelo había sido superado por todas las experiencias que había acumulado año tras año. Su vida ya no volvería a ser igual. Era nuestro compromiso hacérsela más fácil el tiempo que le quedara.

 

Juan José formó una familia con Juliana, con la que tuvo tres hijos. Su madre murió pocos años después. Estaba muy unido a ella por  lo duro que fueron los años tras la temprana muerte de su padre.

En otro orden de cosas, era un hombre apreciado y respetado en el pueblo  en el que vivía, más siempre levantó suspicacias por su libertad. Montó una serie de gremios para dar trabajo a los habitantes de la villa, mas nunca tuvo éxito con el comercio y eso le pesó mucho. Dolorosamente uno de sus últimos proyectos fracasó y perdió todo el dinero que tenía para poder pagar a sus artesanos. Prefería eso antes que dejar a varias familias sin comer.

Aquella vivencia le marcó para siempre y desde aquel entonces ya no se recuperaría. Muchas personas que estuvieron a su lado cuando la vida le sonreía le dieron la espalda, otros se alegraron de su fracaso y los menos le echaron una mano. Su figura antes respetada y admirada pasó al olvido. En los años posteriores trabajó de muchas cosas para poder sacar adelante a los suyos, mas el sentimiento más profundo que albergaba era que los había fallado. Había pensado en un futuro prospero para toda la familia, pues con los años la vida le bendijo con nietos, pero todos los planes se vinieron abajo como un castillo de naipes por mala suerte en los negocios. El sentimiento de culpa le machacó hasta el final de sus días.

 

La situación del abuelo impactó con fuerza en la familia. Se había convertido en una persona totalmente dependiente, que no tenía noción de tiempo ni de  realidad. A veces llamaba a su madre en la noche, otras lloraba. En el terreno físico también hubo ciertos cambios: Apenas tenía fuerzas para caminar y debía hacerlo acompañado. Dejó de controlar esfínteres teniendo que usar pañales de adulto. Y  las comidas había que pasárselas, pues no era capaz de tragar con facilidad. Era duro ver al abuelo así. Los mayores lo vivían con mayor dramatismo que nosotros, quizás porque éramos niños despertando a la vida, quizás porque dentro de la situación del abuelo disfrutábamos en muchos momentos de su compañía como si fuera un niño más. Le hacíamos batidos, hablamos con él, le acompañábamos dando paseos por el pasillo e incluso nos reíamos de sus ocurrencias porqué dentro de la enfermedad en algunos momentos resultaba muy ingenioso. En aquel verano del año 94, en el que la selección española volvía a quedar  fuera de un mundial por un arbitraje nefasto,  mi hermano, mi primo y yo compartimos momentos inolvidables con un hombre que en otro momento nos había resultado menos accesible. Nunca le sentí tan cerca de nosotros y en aquella debilidad vi la ternura sin límites del abuelo. De nuestro abuelo Juanjo.

 

Juan José de la Cuesta vivió muchos años. Le dio tiempo a ver como la situación del reino en el que se dio la batalla de los estandartes cambiaba. El gobernante que dirigió con puño de hierro  aquellas tierras, falleció, y las gentes decidieron que era el momento de abrirse a nuevas formas de dirigir un país, llegando la democracia.

Cuando el otrora caballero del estandarte azul llegó a la ancianidad los pensamientos de derrota y autorreproche habían aumentado. Eran como un hilo musical en su cabeza desde muchos años atrás, y los sentía como una losa terrible y pesada que llevaba sobre el corazón. Un día caminando por la villa que tanto quería y a la que tanto dio, se paró a contemplar el cielo y pidió con fuerza que cesara esa angustia que llevaba tanto tiempo oprimiéndole el pecho. Ante él se presentó el alma de su madre: “hijo no te angusties. Date cuenta de todo lo bueno que has hecho. Eres un hombre sensible al que la ha tocado vivir situaciones muy duras sin poder expresar nada.” Juan José entre asustado y emocionado contestó. “Madre creí que podía superar todo lo que vi en guerra tiempo después de que padre marchara. Después traté de hacer lo correcto y la gente me dio la espalda, y al final tampoco he sido capaz de poder cuidar a mi familia.” “Has hecho mucho más de lo que cualquier hombre hubiera hecho en tu situación, pero es muy difícil hacerlo solo. Ha llegado el momento de que descanses y que sean otros los que cuiden de ti. Poco a poco irás perdiendo la memoria de quien fuiste y ablandándote hasta ser como un niño que necesitara cuidado. Muchos días te sentirás confuso, e incluso tendrás miedo de lo que esta sucediéndote. Llámame y acudiré en tu socorro. En cualquier caso tres pequeños duendes te acompañaran en este proceso. Sus nombres son Gonzalo Segismundo, Carlitos Pirracas y Javiju. Con ellos disfrutarás y se te hará llevadero el camino de retorno a casa” Juan José pregunto con lagrimas en los ojos “ ¿Voy a dejar de sufrir?”. “Si mi niño así será”. Tras estas palabras madre e hijo se fundieron en un abrazo y se despidieron. “Recuerda, cuando sientas miedo llámame”. Se despidió la madre.

Los días posteriores al encuentro materno, Juan José de la Cuesta comenzó a sentir liviandad en el corazón, iniciando un proceso de despersonalización que  le convertiría en un niño al que solo le interesaba el aquí y ahora. Los últimos días de vida en este plano, Juan José fue acompañado por aquellos pequeños duendes y protegido por su madre en las noches de miedo. Su corazón estaba en paz. Atrás quedaban la guerra de los estandartes, el sentimiento de fracaso, la losa de la  culpa, y una vida que merecía ser contada por los numerosos actos de amor y conciencia que en ella se dieron. Al fin y al cabo, los grandes grandes hombres merecen el reconocimiento, y Juan Jose fue un gran hombre.

 

El 8 de Octubre de 1994 falleció mi abuelo Juanjo. Fue un día muy doloroso para mí, no solo por ser la primera vez que la muerte se llevaba a un familiar, sino porque en el Alzheimer de mi abuelo sentí una humanidad y una bondad sin límites, a la que me resultó difícil decirle adiós.

Tus pequeños duendes, Gonzalo, Carlos y Javi, crecimos, convirtiéndonos en hombres. Nunca te olvidaremos, pues tuvimos la oportunidad de cuidar de ti con la inocencia que nos ofreciste. Gracias abuelo. Gracias Juan Jose de la Cuesta, caballero del estandarte azul.

 

 Este cuento es un homenaje a mi abuelo, y a todos todos aquellos hombres y mujeres que sufrieron la Guerra Incivil Española. También es un homenaje a todos los ancianos y ancianas enfermos de Alzheimer, pues la enfermedad les devuelve inocencia y  vulnerabilidad.

 

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