El hombre que nació huerfano

Cuenta la leyenda que cada cincuenta años en todas y cada una de las familias del planeta , nace un hombre o una mujer cuyo herida emocional es la del abandono.
Los sabios dicen que es para traer el equilibrio dentro de su clan, más quienes llegan al mundo con esa característica,en un principio no lo saben.
Aquí empieza la historia de una de esas personas que podrías ser tu perfectamente.
Si te sientes identificad@ dejate abrazar por esta narración.

Desolado lloraba casi todas las noches. Sentía una tristeza inmensa incluso rodeado de gente que le quería. La ruptura con la última mujer por la que le habia vuelto a latir el corazón, invocó un vacío interior que le llenaba de desesperación.
Las noches eran más oscuras si cabe, el frío más profundo y el hambre insaciable.
No veía luz por ningún lado, salvo en la sonrisa de un pequeño vecino de unos 4 años que tenía unos intensos ojos azules.
Aquel niño calmaba su interior jugando con él cada vez que se le encontraba. » ¿Por que estas tan triste le preguntaba? «. » Algún día lo entenderás» Le respondía siempre.
El caso es que nuestro protagonista decidió ponerse en movimiento. Necesitaba llenar el agujero existencial de alguna manera.
La primera forma fue buscando retos.
Quizás si se convertía en alguien admirado, dejaría de sentirse solo y en aislamiento.
 El hombre y la montaña.
Allí estaba él. A escasos 1000 metros de la cima más legendaria del planeta. Había llegado por pura obstinación. Tenía 180 pulsaciones y el sabor a ácido en la boca propio de los que se ponen al límite. Le importaba poco el dolor y su propio cuerpo. Tenía que conquistar el pico como lo había hecho con todas las mujeres de su vida; Demostrando fuerza, ímpetu, y presencia.
 Ni retirada, ni rendición, ni flaqueza.
Llegó a la cima. Y allí, encontró el vacío de nuevo. Por primera vez le habló. » Puedo llegar donde tu estés, porque donde vas voy contigo». » ¡Déjame en paz!. Ya he tenido suficiente. ¿Incluso aquí vas a hacerme sentir la soledad?. «. No recibió respuesta.
Bajó de la montaña en varios días. Volvió a su hogar.
Allí la sombra lánguida de la soledad le aprisionó por meses. Solo la visita de su joven vecino le hacía sonreir. Le llenaba de esperanza. Cuando el pequeño desaparecía sentía  la falta de cariño, la soledad, la frialdad y el hambre otra vez. ¿Como llenarlo?. Quizás la respuesta fuera buscando un guia espiritual:
 El hombre y el gurú.
Se hizo vegano. Meditaba cuatro veces al día y ejercitaba el cuerpo mediante técnicas orientales de todo tipo. Leía libros de sabiduría ancestral y en su manera de relacionarse, se acercaba con una gran humildad a los que consideraba más evolucionados que él.
Sin embargo, en su fuero interno no se sentía ni vinculado ni perteneciente al grupo.
El gurú que les guiaba le decía que era porque no comprendía la vida con conciencia. Eso le hacía sentir culpable y poco suficiente. Además el vacío, la soledad, el frío y el hambre no desaparecían.   » A donde tu vas yo voy». Le repetían una y otra vez.
Dejó aquel culto volviéndose a encerrar en si mismo. A veces recibía la visita del pequeño y en esos momentos la orfandad desaparecía. Sus precioso ojos azules cargados de vida le transportaban a un lugar cálido, sensible y sereno. Y por unas horas calmaba la herida interior.
No obstante, algo tenía que hacer. No podría dejar que el vacío volviera a dominar su vida. ¿Como conseguirlo? Acumulando conocimiento.
El hombre y los libros.
Pasó una gran temporada formándose sobre muchas cosas. Las más variopintas y diferentes entre sí. Había acumulado tanto saber que parecía una biblioteca andante. Fechas, lugares, personajes, teorías sobre la vida… Era lo más parecido a un buscador de Internet. Y sin embargo, el vacío, la soledad, el frío y el hambre estaban ahí. Entre curso y curso. Entre saber y saber. Entre conocimiento y conocimiento. Siempre ahí. Recordándole que había nacido huérfano y que no sentía el amor.
Con el tiempo fue perdiendo la fe en su nueva estrategia y acabó por recluirse en si mismo.
A su puerta llamó el pequeño algunas veces más, sacándole de la tiniebla en la que se encontraba. ¡Era tan fácil sentirse arropado con él cerca!. Y sin embargo, nunca era consciente de que el diminuto niño cambiaba su vida cada vez que aparecía.
Cuando el pequeño no estaba, el vacío se volvía a comunicar con él, sintiendo el desamor y la desesperación. ¿Cómo afrontar la situación?. Que podría hacer? Esta vez no hizo nada. Esta vez  un retorno inesperado le hizo abrazar la esperanza de que la sensación de falta de amor, llegaría a su fin.
  El hombre y su antiguo amor.
Parecía como si nunca lo hubieran dejado. Ella era igual de encantadora que siempre y él se desvivía por ella en cada situación.
Siempre juntos, siempre inseparables. Pasión, cariño, momentos de complicidad. El fuego latía dentro de nuestro protagonista. Atrás quedaba el vacío, la soledad, el frío y el hambre.
Era mirarla a los ojos y creer tocar el cielo. Contemplar su sonrisa y sentir ganas de llorar de emoción. El amor por su amada le había hecho olvidar la orfandad.
Sin embargo, una vez más, la relación empezó a languidecer tocada de muerte por las mismas situaciones que en su tiempo sucedieron. Y muy lentamente y a la misma vez que ella iba despiendose, el hombre que nació huérfano sustituyó en su abrazo un cuerpo cálido de mujer, por la oscuridad y desesperanza más terribles.
Nunca más volvió a saber de ella, y el vacío tomó su vida casi de manera definitiva.
El hombre y el vacío.
Al timbre llamaba cada día el pequeño sabedor de la situación de su amigo. Más nunca acudía a abrir. Había caído en la autocomplacencia y en el victimismo. El niño no se rendía. Llamaba a todas horas sin respuesta, quedándose a dormir todos los días en la puerta de la casa, para que de alguna forma sintiera su presencia.
No era suficiente. El hombre que nació huérfano, no daba señales de vida.
Finalmente un día abrió la puerta y tendido en el suelo encontró al pequeño dormido apaciblemente. Le cogió en brazos y le pasó a casa. El hombre había perdido varios kilos y en su rostro se adivinaba un cansancio ciclopeo. El niño abrió los ojos y sonriendo le dijo » ¿Jugamos? «. Y una vez más jugaron, volviendo el adulto a sentir el calor, la calidez y la bondad. Y una vez más el vacío no estaba presente  cuando interactuaba con el niño. ¿Como podía ser? ¿Que tenía aquel pequeño que disipaba el dolor más terrible con el que se puede nacer?. Era curioso, pues nunca crecía, no parecía tener padres y sin embargo su aspecto era maravilloso siempre. El hombre que nació huérfano fue pasando cada vez más tiempo con el pequeño. Y pasaron los años. Y el niño de los vivos ojos azules decidió escribir las vivencias de su querido vecino y compartirlas conmigo para que tu la leas en este momento. Quiero que sepas que hombre y niño, son la misma persona, y si te fijas bien en esta historia, cuanto más separados, más dolor sentía el adulto.
Cuenta la leyenda que cada cincuenta años nace en todas las familias un hombre o mujer con la herida del abandono. Los sabios dicen que es para traer el equilibrio a su clan, pues traen un alma lo suficientemente fuerte como para ver el mundo con la capacidad de asombro que tienen los pequeños. Es precisamente gracias a esa herida  que desarrollan un corazón valiente y generoso. Es precisamente gracias a esa herida que saben hacer desaparecer en el mundo, la soledad, el vacío, el frío y el hambre. Es precisamente gracias a esa herida que hoy puedas leer este cuento sabiendo que nunca caminaras sol@

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