Legon y la tristeza

Erase una vez un perro llamado Legón. Era muy alegre y dicharachero. Siempre se acercaba moviendo el rabo a todas las personas y solía líderar la manada allá donde estuviera. Le gustaba juguetear con  niños, y acompañar a los adultos que sentía tristes y solitarios. Era un can sociable muy querido por los humanos. Entre los suyos, despertaba respeto y admiración a partes iguales, sin necesidad de pedigrí o de ganar concursos de Agiliti.

Su amo era un hombre serio y recto. De gran corazón y de ideas firmes. Lo que más destacaba de él, es que tenía muy claro como adiestrar a su amigo canino y lo que le podría venir mejor en su vida perra. Para ello le quiso llevar por los mejores caminos en el campo cercano a la ciudad en la que vivían, le enseñó a dar la patita a las personas que se le acercaban, y le mostró cómo y cuándo comer  y en qué lugar de la casa descomer, que es la manera fina de decir hacer caca.

El caso es que el tiempo pasó y cuando Legón estaba a punto de cumplir su mayoría de edad, (3 años humanos), su guía empezó a dejar de estar tan presente. No salía a acompañarle en los paseos por los prados, ni se preocupaba de lo que comía, o donde hacía sus necesidades. El dueño se había alejado de Legon, y este, comenzó a sentirse inseguro y desconfiado en la vida. De hecho se volvió irritable, dejando de jugar con los niños, mostrandose enfadado con el mundo. En este periodo amo y perro no se comunicaron bien (los ladridos y las palabras parecían idiomas muy diferentes). El can no sabía que su guía había decidido (de manera inconsciente) que era hora de estar menos pendiente de él al considerarle un animal adulto que ya podía hacer su vida. Pero Legon no podía saber lo que pensaba su amo. Por otro lado, su dueño tampoco comprendía porque el perro estaba tan iracundo.                                                                                                    Sin darse cuenta estaban jugando al efecto pecera, que consiste en creer que nuestra cabeza es lo suficientemente trasparente, como para que el projimo pueda leer de ella nuestros pensamientos y necesidades. Así que nuestro perruno amigo al no ser telepata, pensaba que su amo había dejado de quererle, mientras que el guía de Legon creía que se había vuelto un perro gruñón y suceptible sin tenera razones para ello.

Un día, en su nuevo y solitario paseo por las praderas, Legon quedó paralizado. Ante él se presentó la figura estilizada y alta de una cigüeña completamente negra. El can ladró. La cigüeña con aire de suficiencia le dijo: “ por mucho que ladres nunca podrás ahuyentar a algo que forma parte de ti”.                                     “¿Desde cuando un bicho con alas forma parte de mi?. Soy un mamífero y los mamíferos no tienen nada que ver con las aves. Eso lo sabe todo el mundo”. Sugirió el perrete.  La cigüeña contesto con frialdad.                                                                                                  “ Veo que tienes la lección aprendida de sentirte diferente y único, pero ni eso te puede alejar de mí”.                                                       “Yo te diré lo que te va a alejar de mi” dijo Legon mientras lanzaba un bocado a la delgada figura sin conseguir nada, atravesándola como si fuera transparente.                                                                     El ave rió con ironía diciéndole “ si fueras un perro de caza te morirías de hambre”. El can estaba muy irritado.                    “¿Quién eres y por qué vienes a mí?”.                                                  La cigüeña contestó. «Soy la representación de tu tristeza Legon”.                                                                                                      “Un momento. ¿Cómo sabes mi nombre?.”                                          “La tristeza lo sabe todo. Formo parte de todos y cada uno de los seres. Soy la emoción que os acerca al fin de los ciclos. En realidad, se puede decir, que os acerco a la muerte”.                                            “ ¡¡No me digas que vienes a llevarme!!?”. Ladró el perro asustado. “Tranquilo se que tienes hemorroides, pero de eso no se ha muerto nadie» contestó con gracia la cigüeña.                                      “ Vengo a devolverte a la vida. Has de darte cuenta que ahora mismo soy necesaria para ti. “                                               «¿Necesaria?. ¿Por qué debería sentirme triste?.”. Interrogó Legón. La estilizada ave contestó con profundidad.                                     “La pregunta es. ¿Por  qué te sientes enfadado?”.                                “ ¡Yo no estoy enfadado!”.                                                                          “ Pues lo disimulas muy bien, pequeña imitación de unPitbull».        El sentido del humor de la tristeza no le hacía demasiada gracia al perro aún así reconoció:                                                                       “ «Vale sí. Estoy enfadado. Pero es normal. Mi amo ha dejado de quererme. No me dedica tiempo. ¡¡Para eso que no me hubiera tenido!!. ¡¡Los amos han de cuidar de sus perros y hacerles caso!!.»  “ Comprendo. Pero creo que él no siempre ha sido así. Quizás no sepas los  motivos del cambio hacia ti y aunque los supieras, el no te pueda ofrecer más de lo que te da ahora. Por eso estoy aquí a tu lado. Se cierra una etapa en tu vida, en la que una persona te ha dado mucho y en la que ahora ya no te puede dar lo que te dio antes. Pequeño amigo, ante estas situaciones siempre es más fácil enfadarse y dejar de respirar, echándole la culpa a los políticos, banqueros, a la altura del césped del campo o al nuevo orden mundial por controlar el mundo. Siempre va haber un responsable para tus males. Sin embargo, sentirte triste  conecta con tu vulnerabilidad y necesidad de cambio. El enfado por otro lado aumenta un fuego interior que te hace creer poderoso.  Cuando un periodo de la existencia toca a su fin, yo (la tristeza) abro una puerta al futuro, mientras que la ira te aferra a un pasado que ya fue y no recuperaras. Enfadarte está bien para restaurar límites o para darte cuenta que alguien te ha faltado el respeto,  pero cuando una etapa vital se acaba, las lagrimas  son más necesarias que los ladridos de rabia.” Apostilló la cigüeña tras un gran análisis.                                                                                           “ No sé qué decir”. Reflexionó nuestro perruno amigo.       “Digamos que no sabes que sentir pequeño”. Añadió la cigüeña con ternura.
Poco a poco el can, comenzó a recordar todos y cada uno de los buenos momentos junto a su dueño, y de los ojos comenzaron a brotar pequeñas lagrimas que resbalaron por su hocico. Estaba llorando.                                                                                                         » !!¿¿Que me has hecho??!!.».                                                                    «Te he liberado de la insatisfacción y el dolor. En la existencia, la pena es una emoción tan necesaria como el aire que respiras. Soy un pájaro que asusta pero detrás de mi aspecto hay sabiduría y verdad».                                                                                                          El can esbozó una sonrisa mientras mas restos de agua recorrían su faz. Al mismo tiempo comprobó que a quien tenía delante se había esfumado. Lejos de asustarse comprendió el mensaje.           A partir de aquel día se volvió un perro independiente. La relación con su guía mejoró. Quizás no le tenía tan presente como en sus primeros tres años, pero sabia valorar todo lo que le daba en aquel momento de la vida. Por otro lado Legón empezó a conectar con filosofías de vida que por aquel entonces llenaban su alma. Se sentía pleno pensando en un tipo de transcendencia que le hacía ser mejor animal. Aún así, y como dice la canción de Mercedes Sosa, «Todo cambia». Y con el tiempo esas creencias existenciales dejaron de servirle. No fue por capricho, pues nuestro fiel mamífero usaba en su experiencia diaria los sistemas de pensamiento adoptados. Después de un tiempo de llevarlos a cabo, dejaron de parecerle adaptativos e inconscientemente volvió a caer en el enfado.

Así que otro día caminando por el campo, alguien le tocó el hombre, se giró y allí estaba ella. » ¡¡Hola tristeza mi vieja amiga!!!».                                                                                                       «¿ Qué te ocurrido?. Porque aunque no las tengas físicamente han aparecido de nuevo las malas pulgas.».
» ¡¡¡Ya estas tocándome el hocico otra vez!!!!. Me siento engañado. Centré mi vida y mi experiencia en una serie de creencias que con el tiempo no me han sido utiles.»
» ¿Todas esas creencias, no te han sido útiles?. Mira que eres radical. ¡¡¡Ni que fueras un doberman!!. Quizás algunas no te sean de utilidad ahora, pero seguro que antes te ayudaron mucho, y  ahora todavía hay algunas que te puede venir bien. ¿Sabes porque estoy otra vez aquí?. «. Interrogó la cigüeña.

» No me digas mas…estoy triste y no soy consciente». Contestó con ironía Legon                                                                                               «Si tuviera un hueso de pollo te lo daría como premio, pero eso me haría quedar como una asesina psicópata ante los de mi especie». Agregó con socarronería La Tristeza.
» La cuestión es que te ha vuelto a pasar lo mismo. Te aferras a algo mediante la ira, la rabia o el enfado,  y eso te impide avanzar. La clave aquí de nuevo es la emoción más guapa, alta y estilizada. La tristeza.»
» Pero también soy yo» Se escuchó una voz tenebrosa trás los matorrales que asustó mucho a nuestro can preferido.
» ¿Quién eres? ¿Que quieres de nosotros?». Preguntó en aquella dirección Legón. » Ten en valor de reconocerme». Respondió la misteriosa alocución.
La cigüeña comentó con el habitual sarcasmo. » Éramos pocos y vino este. Preséntate y así le sacas de dudas».
El siniestro gruñido volvió a escucharse. «Soy tu miedo Legón».
El perro contesto temblando y muy poco convencido. « ¡¡¡yo no tengo miedo de nada!!!.». Una sonora y terrorífica carcajada se escuchó a continuación. “Claro que lo tienes. Te aterra que una vez dejes de lado esas creencias te sientas perdido en la vida. Lo que más temes es perder el olfato por el que te guías y esos pensamientos filosóficos durante un tiempo te dieron pistas. Has de experimentarme para saber a lo que te enfrentas y poder disiparme. ¡¡¡Pero para ello es necesario que me veas!!».
El perrete sintió pavor ante la inminente aparición de aquel tenebroso ser, pero la sopresa fue mayúscula. De la espesa vegetación emergió un pequeño ratón. El roedor se presentó con su imponente voz.                                                                                        » Soy tu miedo. Y como has comprobado, el no querer verme puede hacerme mucho más aterrador».                                                  » Para un elefante sigues siendo lo peor» añadió la cigüeña que aparte de tristeza aportaba ingenio. Legón sonrió, sintiendo un gran amor por ambos seres y por ambas emociones pues le estaban mostrando un camino a seguir. Por ello el perro les preguntó » ¿Qué puedo hacer por vosotros?. Estoy muy agradecido».                                                                                             Tanto ratón como cigüeña le respondieron  al unísono. » Muestra al resto del mundo que las emociones menos agradables somos necesarias». Tras unos breves momentos, ambos animales se difuminaron.   A partir de aquel día Legon lo tuvo claro y no dejó de transmitir el mensaje con el que se comprometió:

«La vida es un camino en que la tristeza y el miedo nos acompañan en los momentos en los que los cambios que nos suceden son bruscos y poco fáciles. Después el amor le da razón de ser a todo y lo integra en lo más profundo de nuestro corazón».

 

 

 

 

 

 

 

 

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