Hace tiempo leí a Mireia Belmonte decir que su patria era la infancia. Me conmovió. Entre otras motivos porque siento que es así. En los últimos meses decidí volver a la casa que me vio crecer debido a un sentimiento profundo de acercarme al niño que un día fui. Pasadas las reformas y demás vicisitudes, y después de más de 18 años Javi (el que aquí escribe) volvió a casa. Ese hogar donde el campo de fútbol y baloncesto se ubicaba en la habitación donde dormíamos en camas plegables mi hermano y yo. Ese pequeño piso en el que celebramos cumpleaños juntando a casi veinte personas en un minúsculo cuarto de estar. Ese trocito de mundo en el que tantos ratos imborrables pasé.
De todo aquello quedan algunas marcas. Pero sobre todo muchos recuerdos. Si voy al cuarto de estar me imagino a mi abuelo Vicente tomando café después de traernos del colegio. En la cocina rememoro el miedo que teníamos mi hermano y yo a encender la el gas, mientras que en la terraza todavía me acuerdo con risas de ciertos lanzamientos de globos de agua a los transeúntes que pasaban por nuestra calle.
Bajar al barrio de Las flores también es un ejercicio de nostalgia. Allí el pequeño Romario ( así me llamaban mis amigos) hacia diabluras en los partidos de fútbol que jugábamos. O corría desesperado jugando a un bote botero, o acababa fatigado de dar vueltas a la manzana si tocaba jugar a las olimpiadas. Se puede deducir que mi infancia fue feliz y libre, ya que abundaron buenos amigos y grandes momentos. Quizás sea eso lo que haya influido para regresar a ese lugar donde todavía Javi mantenía la inocencia, la pureza y la humildad.
No voy a negar que desde hace un tiempo me sentía apátrida de esa nación en la que las banderas eran las ropas colgadas de los tendederos, y los himnos los gritos que dábamos en aquel barrio del humilde pueblo de Valdemoro. Así que decidí regresar para recordar y sentir las raíces. He vuelto con menos pelo y con cicatrices de todo tipo, pero con la mirada de aquel pequeño terror que junto con su hermano Gon disfrutaba de la vida. Siempre he pensado que fui un afortunado y que ojalá todos los niños de este mundo pudieran ser tan felices como yo fui. Ojalá todos pudieran petenercer al País de la Calle de las Flores