Yo te escucho

Cuando nacemos, no solo nos esperan nuestros padres o los médicos que nos traen a la luz. En la puerta a la vida también nos recibe el ser invisible que nos acompañará durante el camino que recorreremos. Los budistas los llaman bodhisattvas, los hindúes devas, los musulmanes malaikas y los cristianos los llaman ángeles.

Gabriel nació con dificultades, así que su ángel de la guarda tuvo que esperar mas tiempo de lo normal. Quizás en esto tuvo que ver, que era un bebé gordito y rollizo que pesó mas de cuatro kilos al nacer.

Todos los guardianes de los hombres, tienen un nombre propio. El del acompañante de nuestro protagonista era Lecabel. Llevaba millones de vidas al lado de los seres humanos, pero cada inicio le llenaba de ilusión y entusiasmo. Eso, a pesar de que los bebés le parecían muy feos.

Pasaron los primeros meses del pequeño Gabriel, y el alado protector no se despegaba del bebé. Era su luz. Le cantaba al oído canciones de reinos celestiales, y le acariciaba con el aliento divino que los ángeles poseen. Por ello aunque el parto fue complicado, al niño le afectó bastante poco.

Dicen que la conexión niño-ángel es muy fuerte los siete primeros años de vida, aunque, la que había entre Lecabel y Gabriel, era mas estable si cabe. Ésto generaba extrañeza en el guardián, pues jamás se había sentido tan vinculado a un ser humano. El niño era capaz de verle y sonreirle. Incluso en muchos momentos le echaba los bracitos para que el ángel le cogiera, cosa que generaba bastante extrañeza en sus padres. Lecabel estaba encantado. De seguir así podría guiar y ayudar mejor a su acompañante a cumplir la misión que la vida tenía para él. Mas, pasado los siete años, ocurrió lo que suele ocurrir. La conexión se fue debilitando, y el guardián dejó de ser visto, y  escuchado. La inspiración del mensajero llegaba cada vez menos al corazón de Gabriel. A pesar de ello, y como buen ángel de la guarda seguía a su lado enviándole mensajes, amor y protección, pues sabía que en el camino de la existencia aparecerían dificultades en las que quizás su protegido recurriría a él.

Esas situaciones se dieron más de una vez, sin embargo Gabriel parecía haber olvidado a aquel ser que le acompañaba de pequeño.

Pasaron los años, y una gran crisis asoló el mundo. Un terrible virus  azotó a la humanidad paralizandola y encerrándola en sus casas. Era el virus de la impotencia, pues alejó físicamente a familias y amigos, distanciandolos por la posibilidad de un contagió que podía resultar fatal en algunos casos.

Gabriel contrajo la enfermedad sin saber como. Le tocó vivirlo en soledad, algo para lo que no se sentía preparado. La impotencia le alcanzó en forma de fiebre, miedo, rabia y desesperanza. Pasaba los días tumbado,  rumiando pensamientos negativos, que en muchos casos, llegaban a su mente de forma externa. El no era consciente de algunas de las cosas que estaban pasando, sin embargo, su querido Lecabel, veía desde la realidad en la que se encontraba, todos los parásitos mentales que se estaban alimentando de la mayoría de los humanos, enfermos y no enfermos.

El ángel no podía intervenir. Solo podía dar mensajes constantes a su protegido tratando de inspirarlo. Lecabel esperaba que en algún momento, pudiera escucharle. Una y otra vez, le susurraba al oído, » Gabriel, yo te hablo», más su acompañado estaba a merced de la oscuridad pues la rabia le inundaba el corazón. El protector veía con impotencia como Gabriel se hundía entre las sombras. De alguna manera el virus también le estaba afectando a él.

Las noches de fiebre eran el peor momento, pues nuestro protagonista se dedicaba a buscar culpables a la situación que vivía. Sin embargo Gabriel era una persona con mucha conciencia, y pronto encontró en su interior las solución a la rabia. Se dio cuenta de que lo verdaderamente importante en la situación que estaba viviendo no era culpar a nadie, sino acordarse de todos aquellos a quienes quería y deseaba volver a abrazar. De alguna manera halló la inspiración, algo que alivió a Lecabel. Pronto los síntomas del virus empezaron a ser mas leves. Era como si la enfermedad se debilitara ante la consciencia de Gabriel.  Lecabel sabía que la oscuridad todavía seguiría tratando de alimentarse de su protegido, por ello prosiguió susurrándole al oído, » Gabriel yo te hablo», sin ninguna respuesta.

Los días fueron pasando. El virus volvió a atacar con fuerza a nuestro protagonista, y los parásitos mentales comenzaron a merodearle de nuevo. El miedo a la muerte empezó a rondarle la cabeza. Era tan ancestral, como paralizante. Además, las noticias que le llegaban desde las redes sociales, eran negativas, poco halagüeñas y descorazonadoras. Mucha gente estaba marchándose en las mas absoluta soledad, sin poder ser veladas ni despedidas por sus familiares. La mayoría eran las personas mayores, que tanto habían luchado por dejar un mundo mejor a los que habían llegado después.  Gabriel se sentía muy triste, pues aquella situación, le recordaba a su abuelo. Un hombre fuerte, y amable, al que una enfermedad le fue acercando poco a poco a la muerte.  Siempre recordaba el ultimo día en que pudo verle. Aquella mañana el querido anciano le recitó el final de una poesía premonitoria.

«A ofrecerte señor vengo
mi ser, mi vida, mi amor
mi alegría, mi dolor
cuanto puedo y cuanto tengo
cuanto me has dado señor.
Y a cambio de este alma llena
de amor que vengo a ofrecerte
dame una vida serena
y una vida santa y buena
¡Cristo de la buena muerte!».

Dos días después el abuelo murió. Gabriel si tuvo la oportunidad de despedirse de él, con el recuerdo inspirador de alguien que acepta su destino recitando un poema.

Esa remembranza le hizo sentir esperanzado, pues consideraba un regalo el poder haberse despedido así de su abuelo. En aquella situación muchos no iban a tener la misma oportunidad. Por eso Gabriel decidió recitar la poesía del abuelo, tantas veces como fue posible antes de que terminara el día. Lo hizo en el nombre de todos aquellos que no podían hablar y que se irían de la vida aquella noche. De alguna forma creyó que la oración les llegaría y calmaría antes de su partida.

Lecabel estaba impresionado. Su protegido tenía mas fuerza interior de lo que había imaginado. El ángel de la guarda contempló como aquella noche Gabriel dormía apaciblemente. El virus había vuelto a remitir, y los parásitos apenas se acercaban a nuestro protagonista, ya que en sueños se había reencontrado con el abuelo, dotándole de una luz que alejaba cualquier tipo de oscuridad.

A la mañana siguiente nuestro protagonista, despertó sereno. Salió de la habitación directo al baño, y se miró en el espejo. Por primera vez en varios días no tenía fiebre lo que le hacía sentir mucho mas liviano. A parte de la fiebre una parte de lo que Gabriel fue, se había ido con el virus.

Allí delante del espejo, mirándose a los ojos, una frase llegó a su cabeza. La pronunció en alto. «Yo te escucho», sin tener muy claro a que se refería. Un aire suave acarició su rostro en ese momento. Era la misma sensación que había experimentado, en otros instantes de la vida pero                ¿Cuándo ?. ¿Dónde?. ¿Acaso no la sintió contemplando el Tah Mahal en la India, o visitando La capilla de la Natividad en Belén?. Podría ser, pero un recuerdo más antiguo le brotó del interior. ¿Quién le cantaba al oído suaves canciones con voces que nunca había vuelto a escuchar?. ¿Quién le hacía sentir acompañado en la soledad de su cuarto cuando era muy pequeño?.

Sin saber porque se le erizó el bello corporal. Tras de sí pudo ver la imagen de Lecabel, sonriéndole. Gabriel le reconoció. Era el ángel de la infancia al que olvidó, y con el que perdió la conexión. El protector despareció enseguida dejando una frase en el aire. » Gabriel, yo te hablo». Y como no podía ser de otra manera, nuestro protagonista respondio » Lecabel, yo te escucho».

Desde aquel día Gabriel volvió a conectar con su compañero de la guarda, dejándose guiar por él, llenándose de confianza para transitar por el camino de la vida. Gabriel habia recuperado  la fe. Había recuperado el ángel.

Ojalá que la pandemia del virus de la impotencia, nos haga reconectarnos con nuestra alma.

Este cuento es un homenaje a todos los que nos han dejado en estos días extraños. Que la  luz os bendiga, os reconforte y os llene de paz. Un gran abrazo.