La Verdadera Destreza

Una vez mas había renacido de las cenizas. Se había levantado tras besar la lona, y como si la fuerza hubiera vuelto a él por completo, contraatacaba con fuego en los golpes y rabia en la mirada. Poco tardó el rival en caer abatido por tan furibundo envite. El árbitro contó hasta diez. Una vez más Nino había ganado un combate que parecía perdido.
La gente le aclamaba en aquel Pabellón que en otros momentos servía de cancha para los partidos de baloncesto y fútbol sala, del equipo de la ciudad. El mito levantaba los brazos orgulloso, mientras  el público enloquecido gritaba ¡¡espartano, espartano!! El nombre le venia, por ser un luchador que no se rendía nunca y  crecía ante las adversidades. Había hecho de esta particularidad su manera de confrontarse en el ring.

Entre los allí presentes se encontraba él. Nadie en el pabellón, conocía a aquel maestro oriental. Negaba con la cabeza lo que había visto. Era la única persona consciente de que el campeón se ponía en peligro con la manera de enfocar las contiendas. “ No hay nada de bueno en ganar con un esfuerzo que no se necesita. En mi opinión el ganador ha perdido el combate”. A su lado, sentado, estaba la persona que le habían traído a España para realizar un seminario de artes marciales. Le miró con cierto asombró. “ Es la mayor leyenda de deportes de combate que ha dado Europa. Su manera de ganar le hace ser una leyenda del  “ inquirió el joven.
“ En Japón Nino sería ejemplo de cómo usar mal la energía, para lograr los objetivos”. Respondió el sabio maestro. “Me gustaría saber cuántas lesiones ha tenido y de cuantas ha salido adelante. Puede que sin darse cuenta, este jugando a un juego perverso al que otros hombres han jugado”.
El  discípulo quedó pensativo. Lo que estaba diciendo el sabio maestro le resonaba. Una vez salieron del pabellón cada uno se dirigió a su lugar de descanso. Ya en casa Arturo que era el nombre de aquel chico se quedó mirando fijamente  el póster que tenía de Nino en la habitación y comenzó a interiorizar la idea del sensei. Encendió el ordenador y busco en Wikipedia el nombre de su ídolo. Nino héroe  de la UFC y de MMA. En su biografía abundaban títulos como campeón, acompañados de derrotas con lesiones tremendas que superaba para volver a la pelea. Si algunas palabras se repetía en aquella pagina de internet eran resurgir y revancha.
El estilo de lucha del gladiador también era un reflejo de las dos palabras. Dentro de los combates que vencía, había un inicio en el que era vapuleado por su adversario, para acabar ganando la pelea sobreponiéndose a un castigo tremendo.
Arturo cerró el ordenador recordando la palabras del maestro: “Me gustaría saber cuántas lesiones ha tenido y de cuantas ha salido adelante. Puede que sin darse cuenta, este jugando a un juego perverso al que otros hombres han jugado”. Aquellas frases le retumbaron en la cabeza durante mucho tiempo, como un chiste que no acababa de coger.
Pasadas dos semanas, el alumno invitó al Sensei a casa para poder ver en televisión el nuevo combate de Nino el Espartano, contra un aspirante Kazajo apellidado Demetrazde. Las casas de apuestas daban nulas posibilidades a este hombre poco conocido en el mundo UFC.
 El maestro se sentó frente a la pantalla junto al discípulo.  Pronto este  le hizo una pregunta”. “ Señor Hinamoto, ¿A que se refería con el comentario  sobre las lesiones de Nino y el juego al que juega?”. “ Veamos el combate. Es muy probable que en él tengas la respuesta”. Contestó fijando sus orientales ojos en el ring.
La contienda, para variar, había empezado muy igualada, incluso se podía decir que Nino tenía cierta ventaja, pues había alcanzado la cara de Demetrazde con una patada. Sin embargo, con el paso de los minutos, el Kazajo se fue imponiendo poco a poco, hasta que una llave de sumisión en el tobillo de Nino rindió al campeón. Tras deshacer el candado por la victoria, Demetrazde observó como el mito se dolía de la articulación. El tobillo estaba roto. El luchador kazajo no entendía nada pues le había aplicado un movimiento con el que las posibilidades de generar una rotura eran muy escasas. Más allí estaba Nino chillando de dolor, con el público en shock. La leyenda no solo había perdido el titulo, sino que volvía a tener una nueva y terrible lesión.
“Creo que en lo que acabas de ver Arturo, está la clave” le dijo  Hinamoto al joven discípulo. “ No conozco mucho la historia de tu ídolo, pero por su forma de luchar me di cuenta enseguida de que la épica de su carrera están basadas en el automaltrato.”
“Por calidad y técnica Nino es mucho mejor que el rival, pero por su manera de actuar, hoy era un día propicio para sufrir derrota y lesión, al ser su inercia competitiva”.
Arturo estaba más sorprendido con la sabiduría del Sensei que con la derrota del espartano. Al fin y al cabo, como había comprobado la noche delante del ordenador, la carrera del mito estaba marcada por las palabras resurgir y revancha. “ “Comprendo lo que dice maestro, pero ¿usted no cree que quizás sea casualidad que la trayectoria de Nino sea siempre así?” preguntó el discípulo. “ Cuando una situación se repite tantas veces en la vida de un deportista, la casualidad no existe”.
El maestro prosiguió. “Hace mucho tiempo existieron en Japón unos guerreros que ahora son conocidos como Samurais. Aquí, en el mundo occidental se hicieron famosos, por el hecho de que cuando consideraban habían perdido el honor, acababan suicidandose mediante la técnica del harakiri. Ese, desgraciadamente, es el aspecto más negativo de aquellos temibles guerreros.
Los samuráis usaban una técnica de combate basada en la máxima eficiencia con el mínimo esfuerzo. No hacían un movimiento de más, y buscaban la unión, cuerpo, mente, corazón y arma. A ese estado de lucha casi meditativa se le llamó Satori”.
“En occidente solo unos pocos afortunados conocen el Satori, pues la creencia reinante es la de que en la vida todo se supera con esfuerzo y sacrificio. Las personas suelen identificar más a los samuráis con el harakiri, porque prefieren confundir orgullo con honor. Nino el gran campeón es resultado de vuestras creencias, más un guerrero que maltrata su cuerpo de esta manera para conseguir victorias no es buen guerrero. Cada una de las veces en las que fue derrotado ha resultado muy dañado por ello. En sus fracasos  ha cometido errores más propios de un principiante que de un campeón. Repasa sus vídeos y lo descubrirás”.
El maestro se levantó y despidiéndose de Arturo le dijo “ el mejor guerrero, no es el que más ruido hace al caer, sino el que menos ruido hace al vencer”.
El discípulo  pasó parte de la noche visionando los  videos de las lesiones y derrotas de Nino el Espartano. Todas tenían su origen  en tremendos fallos de ejecución y protección. Poco control ejercía el mito sobre los movimientos , pues las creencias que estaban en su inconsciente cambiaban incluso la eficiencia de las acciones.
Una pregunta irrumpió de manera directa en la cabeza de Arturo. «¿Sería tan popular Nino si ganara sus combates de manera diferente a cómo lo hacía?» .
El tiempo del curso que impartía el señor Hinamoto llegó a su fin. El discípulo fue a despedirle al aeropuerto. Allí, aparte de darle las gracias le formuló la pregunta que aquella noche se hizo.
El maestro le contestó, “ sabía que ibas a llegar a dicha conclusión. Para responderte, lo mejor que puedes hacer, es leer estos papeles”. El sensei le entregó tres fotocopias mientras le miraba a los ojos sonriendo. “Creo que esto aclarara tus dudas. Has sido un gran alumno, quizás algún día seas un gran guerrero como el capitán Juan Pablo de Carrión”. “¿Juan Pablo de Carrión?, ¿Quién es?“. El maestro abrazó a Arturo y guiñándole un ojo  marchó camino de la puerta de embarque hacia un avión que volaba al país del sol naciente.
En sus manos tenía el legado de Hinamoto y la respuesta.
El enemigo de aquel día llegaba desde fuera. Quisimos saquear Filipinas y casi lo habríamos conseguido de no ser por el valiente hombre que capitaneaba un discreto grupo de guerreros. En apariencia resultaban más pequeños y mucho menos fuertes que nosotros. Comparados con los gritos que soltábamos  cuando golpeábamos con la espada, aquellos hombres eran bastante silenciosos. Sus armaduras no transmitían tanta fiereza como la nuestra y su manera de luchar era suave y ligera, algo que a primera vista no resultaba muy aterrador. El capitán del minigrupo tenía un aspecto poco contundente. Sin embargo, era tremendamente letal. El nombre al que respondía era Juan Pablo de Carrión.
Cincuenta  adversarios colocados en triangulo y con una extraña forma de combatir, fueron suficientes para tumbar al ejercito de mil samuráis al que yo pertenecía. Al final de la contienda, algunos de mis compañeros comenzaron a hacerse el harakiri sintiendo la deshonra de la derrota.  El gran guerrero del micro ejército enemigo nos frenó. En un perfecto Japonés  dirigiéndose a nosotros dijo: “Quitarse la vida por ser derrotado más que una falta de honor es una falta de humildad. Ni siquiera yo voy ajusticiar a un enemigo herido. Lucháis con tanta rabia que perdéis vuestro centro. La guerra es un arte que se conecta con el espíritu. Hasta que no interioricéis está verdad, seguiréis cegados por la violencia. Para vencer en batalla es necesario saber valorar la vida en cada instante y en cada muerte que se causa. Un combate se convierte así en la Verdadera destreza”.
A parte de ser un resolutivo líder, Juan Pablo de Carrion era una caja de sorpresas .
 A los oídos del Emperador llegaron noticias sobre nuestra derrota a manos de un extraño  guerrero. El semidiós nipón se puso en contacto con la corona Española asumiendo el fracaso, prometiendo castigar a todo barco japonés que intentará medrar en las costas de filipinas. Su país respetaría a  las tropas del país de la piel de toro. A cambió el emperador,  sugirió al rey de España, la posibilidad de que el capitán llamado Juan Pablo de Carrión, entrenará a las tropas samuráis. El país del Mar Mediterraneo sorprendentemente aceptó. Nos habían llegado informaciones sobre la necedad del gran imperio español en la valoración de sus mejores hombres en combate.  Los rumores eran ciertos.
En los siguientes años Carrión nos guío en la asimilación de la Verdadera Destreza. El orgullo japonés hizo cambiar el nombre de aquel arte marcial por el termino Satori. Más el lema de capitán se mantuvo intacto: “ el mejor guerrero no es el que hace mas ruido al caer, sino el que hace menos ruido al vencer”.
Hace poco mas de 10 años mi gran Sensei español falleció. Muchos de aquellos samuráis que siguen defendiendo el harakiri quisieron silenciar la historia del valeroso guerrero. De hecho, se ha extendido la idea de que quien nos enseñó a pelear así, era Miyamoto Mushasi, un feroz y cruel guerrero nada ducho en combate.
El emperador mal aconsejado, ha dejado que esto se produzca. Muchos discípulos de Carrión mantenemos el Satori, mientras que otros han despreciado el arte de la guerra que él nos trasmitió. Con estas líneas quiero hacer llegar la verdad, y mi homenaje al ser humano que comprendía las batallas como un arte en el que ni esfuerzo ni dolor eran necesarios.
Quizás pocos personas conozcan en el futuro su vida, porque quienes escriben la historia se dejan llevar más por la épica, que por la sensatez y el sentido común. Cualquier buen guerrero que se precie, debe saber quien fue Juan Pablo de Carrión, capitán valiente, Sensei sabio, y el mejor Samurai que pisó la faz tierra”
 Kenji Hinamoto Japon Agosto de 1620.
Arturo estaba impactado. En todos estos años la concepción que tenía sobre el combate y la guerra era una intoxicación de ideas falsas sobre el dolor y el sacrificio.
El mundo occidental y gran parte del mundo oriental, estaban contagiados por un sinfín de  actitudes masoquistas. Solo unos pocos hombres, como el maestro Hinamoto conocían la Verdadera Destreza. Nino el espartano,  Leonidas, el general Custer, y algunos hombres mas, eran ejemplos de guerreros  a los que se había elevado a los altares por pagar un precio muy alto. Sin embargó, Carrión era un perfecto desconocido. Ganar sin sufrir no había influido en la historia del mundo pues el inconsciente colectivo estaba plagado de mensajes tremendamente duros y autoexigentes. Por ello, en silencio quedaban las andanzas de seres humanos que hablaban de otras posibilidades para la vida.
Arturo siguió en contacto con el Sensei nipón. Con el tiempo montó su propio Dojo. No pocos alumnos se beneficiaron de los conocimientos del joven maestro, y no fueron pocos los que leyeron el lema de la escuela, en las paredes del recinto.
“El mejor guerrero no es el que más ruido hace al caer, sino el que menos ruido hace al vencer”. Juan Pablo de Carrión.
Venzamos en silencio la batalla a la dureza y el maltrato contra nosotros mismos y contra los demás.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *