«Levantó su espada con fuerza y se la introdujo en la boca del estomago al grito de ¡¡banzai!!. Un vomito de sangre se abrió paso con virulencia hacia la boca. La muerte tardó mas tiempo de lo esperado en llegar. No le importó lo más mínimo pues consideraba merecido el sufrimiento. El deshonor había tocado su vida, tras la mas dolorosa derrota infligida por el peor de los enemigos: el desamor. Murió invicto en el campo de batalla, pero vencido en el campo sentimental. Él mismo, hizo añicos su corazón«.
» Eres un mierda. Has vuelto a fallar el tiro decisivo. Te arrugas siempre. No vales. Eres un desastre». Su cabeza repetía una y otra vez estas horribles frases. Acababa de terminar un partido en el que había anotado 41 puntos, manteniendo a flote a su equipo. Incluso tuvo la opción de ganar en sus manos, pero el aro escupió el lanzamiento de una manera bastante desesperante. Su actuación había sido memorable, pero para él nunca era suficiente, sobre todo si el resultado era una derrota, aunque incluso habiendo ganado, hubiera visto fallos en su desempeño. La autoexigencia era su compañera de viaje desde hace años, y le seguía en todos y cada uno de los lugares de la cancha de baloncesto y en todas cada una de las situaciones del partido de la vida.
Se había provocado el vomito por tercera vez antes de irse a dormir. Al día siguiente tenía el Gran Desfile de la Pasarela de Milán, donde era una de las modelos mas admiradas. Su apariencia era el de una diosa encarnada por presencia y belleza, mas en su interior la inseguridad y el perfeccionismo le arrojaban a unos desordenes alimenticios y problemas de autoestima de una dimensiones ciclopeas. Puede que los demás vieran en ella la belleza personificada, sin embargo, el reflejo que devolvía el espejo, no le gustaba nada.
Nunca supo a ciencia cierta quienes fueron sus padres. Nunca se lo planteó. Aceptaba la vida que le había tocado. Desde el orfanato hasta su cargo como entrenador de la Universidad de Michigan, el camino no había sido ni fácil ni sencillo, pero le había hecho convertirse en un ser humano integro lleno de empatía. La compasión era su bandera, y parecía que por esto la vida le ponía cada vez mas difíciles pruebas al respecto. Era como si la existencia le dijera » ¡¡Vamos!!. ¡¡Hazlo otra vez!!. Quizás su mas terrible desafío fue la enfermedad que llevó a la muerte a su mujer. Este tipo de situaciones hundiría a cualquier ser humano, pero Peter Brown no era cualquier ser humano. Se llamaba Peter pero podría haberse llamado resiliencia.
Aquella noche se quedó lanzando a canasta el tiempo suficiente para encestar 500 lanzamientos idénticos al que había fallado. Él pensaba que era una manera metódica de mejorar. En realidad era una forma maravillosa de autocastigarse. El tiempo que pasó lanzando las voces de su cabeza permanecieron en silencio, sin embargo, una vez finalizó el entrenamiento, volvió el hilo musical de su mente con las mismas frases desagradables que estaba acostumbrado a decirse. Cuando ganaba había jornadas enteras sin regaños ni gritos mentales. Con mucha suerte, había veces que incluso podían ser un par de días, aunque lo normal, es que la sombra del perfeccionismo y la autoexigencia aparecieran mas pronto que tarde. La temporada de baloncesto universitario llegó a su fin, y a pesar de que fue elegido mejor jugador del año, no estaba para nada satisfecho. Su equipo había sido eliminado muy pronto en el play off por el campeonato y eso había acrecentado el sentimiento de poca valía en su interior. Tenía que hacer algo. Esto no podía quedarse así. Debía demostrarse a si mismo que era el mejor jugador joven a nivel mundial sobre la cancha. En ese momento pensó que lo mejor era probar en otra competición, allende los mares. Decidió aceptar la oferta de un equipo en la vieja Europa. La Victoria de Bolonia italiana. Era un plan perfecto. En un año se organizaba el draft de la NBA y aunque los pronósticos le situaban entre los tres primeros, el quería ser el número uno a toda costa, y en su equipo universitario era muy poco probable que lo consiguiera. Con veintiún años marchó a Bolonia y allí comenzó a forjar su leyenda. Ganó tres Copas de Europa consecutivas siendo considerado el mejor jugador, convirtiéndose así en el único competidor que conseguía esa hazaña en la Euroliga. Sus logros eran impresionantes tanto que decidió aparcar su salto a la NBA temporada a temporada. Lo había conseguido casi todo. En lo profesional Bob Mcarty acariciaba la gloria con las manos, en lo personal, estaba con la mujer más bella que podía imaginar: Gena Lentini. ¿Qué más se podía pedir?.
La Pasarela de Milán fue todo un éxito. Poca gente supo que minutos antes de desfilar en la colección Bonneur, se mareó fruto de un ataque de pánico. Sin embargo Gena se puso en pie (en parte por un mal comprendido sentido de la profesionalidad) y realizó un desfile lleno de elegancia. Fueron cincuenta pasos de ida y vuelta al ritmo de un propuesta musical de chill out, en los que brilló hacia el exterior con luz propia. Mientras, en su fuero interno sabía que lo que estaba haciendo era un ejercicio de supervivencia. Terminado el evento Gena tenía una gran sensación de satisfacción. Todo eran halagos y admiraciones, en una noche que recordaría el resto de su vida, pues una vez terminado el evento, en la cena de celebración, conoció al deportista más famoso del país de la bota. Bob Mcarty. «El rey de Bolonia». El destino quiso que dos » triunfadores» se conocieran y se enamoraran.
Los paparazzi los seguían a todos lados, por ser la pareja joven, popular y guapa del momento. Eran la mezcla perfecta: un deportista que iba camino de ser legendario, y una modelo cuya belleza podía rivalizar con la más brillante de las estrellas. Ambos se encontraban en un situación de gran éxito en sus respectivas carreras, y en un momento muy dulce en la vida personal y privada. Gena ya no se provocaba vómitos al dejar de sentir ansiedad. Además de ser la cabeza de cartel de cualquier pasarela de moda en Europa, la llamaban para programas de televisión de todo tipo, pues se había convertido en la novia de Italia. Por otro lado Bob tenía muy pocos episodios de autofragelo porque encadenaba victoria tras victoria en la squadra bolonesa. Los cantos de sirena de la NBA cada vez eran más fuertes, pues las ofertas económicas que se rumoreaba le iban a ofrecer, eran de cantidades que dejaban corto el adjetivo de desorbitadas. Hasta dieciocho equipos estaban dispuestos a hacer algún tipo de oferta. Esta vez Bob estaba dispuesto a acertar el reto por sentirse preparado, y porque a Gena le habían ofrecido ofertas de trabajo con sueldos mareantes en el país de las barras y estrellas también. De alguna manera los dos estaban avocados a dar el salto hacia un nuevo horizonte en pareja. De alguna manera, los dos estaban avocados a golpearse de bruces contra una realidad que creían olvidada.
Peter Brown se retiró de los banquillos del deporte de la canasta ese mismo año. Atrás quedaban temporadas repletas de triunfos y fracasos, victorias y derrotas. Atrás quedaban los vínculos afectivos con los jóvenes jugadores que tuvo a su cargo. Pocos lograron llegar al profesionalismo. Aunque uno de ellos no solo lo consiguió. Sino que se convirtió en una figura fulgurante en el mundo del baloncesto. Desde que pasara por su vestuario poco a ningún contacto tenía Peter con aquel rutilante deportista. Sabía que que había triunfado en la vieja Europa, y que era todo un ídolo en Italia. También sabía que la NBA preparaba su fichaje desde hacía varias temporadas, pues ya eran tres años los que en la liga más importante del mundo, llevaban esperando la inscripción en el draft de Bob Mcarty. O como le llamaban en la prensa deportiva americana» el deseado». Peter siempre supo que Bob llegaría lejos. Tenían unas condiciones inmejorables, y una ética de trabajo que rozaba la tortura. En el momento que sus caminos se separaron el entrenador no hizo nada por retener al jugador. Por aquellas fechas la mujer de Peter se encontraba en el peor momento de la enfermedad. Nadie en el equipo de la universidad sabía de esta circunstancia, pues el entrenador decidió preservar su intimidad. Solo en el instante del fallecimiento de su pareja, los colaboradores más cercanos y los jugadores que tenían a su cargo tuvieron conocimiento de lo que el entrenador había estado viviendo en los últimos meses. Bob ya estaba en Bolonia cuando sucedió. De hecho, su otrora pupilo, le envío un mensaje de condolencia siendo considerado ya por esas fechas un semidiós del baloncesto italiano. Peter lo leyó con emoción. Por un lado estaba muy orgulloso de lo que estaba logrando Bob. Por otro lado, en su fuero interno estaba preocupado por él. Sabía, que dentro de la bestia competitiva que podía parecer su exjugador, existía una fragilidad emocional tan grande como su talento para la canasta. Las cosas le iban bien hasta ahora. Pero ¿qué pasaría cuando Bob tuviera que volverse a enfrentar con derrotas y fracasos?. Pronto tendría la respuesta.
Bob Mcarty fue elegido el número uno del draft tras coronarse por cuarta vez consecutiva campeón de Europa de clubes. La franquicia que le eligió era la que peores resultados tenía en la NBA. Los Sacramento Spins apostaron fuerte por Bob para tratar de darle un giro de timón a la situación. Sin embargo, paradójicamente, no fue la situación del equipo la que cambió, sino la del mismo Bob.
Gena Lentini llegó a los USA cargada de ilusiones. Estableció su residencia junto a su triunfal pareja en la ciudad de Sacramento. Desde allí viajaba a distintos lugares del país para cumplir con sus compromisos publicitarios. Más todo era diferente. Ganaba muchísimo dinero, pero el ritmo de vida era tremendamente acelerado y estresante. El problema era que decir no a alguna oferta de trabajo, suponía cerrarse puertas a las que ella no estaba dispuesta a renunciar. La autoexigencia que tiempo atrás había desaparecido, volvió a brotar como las flores en primavera, y a pesar de la congoja que sentía, aceptaba cada unos de los ofrecimientos que le iban saliendo. Además, allí Gena era una más. Quizás muchas de sus compañeras no tenían ni su belleza ni su elegancia, pero estaban dispuestas a cualquier cosa con tal de mantener el estatus logrado. Algunas recurrían a las drogas para aguantar el ritmo, otras ofrecían sus servicios a los promotores de los desfiles. Todo valía con tal de mantenerse en la candelero. Solo unas pocas modelos, entre las que se encontraba Gena, aguantaban el chaparrón como buenamente podían sin recurrir a la coca o a la prostitución. Sabían que la vida de modelo era muy corta, y que en unos pocos años podrían descansar de las vorágine en la que se encontraban. La mayoría de este grupo de mujeres se mantenía a flote porque asistían a terapia psicológica. Gena por el contrario nunca quiso recurrir a la ayuda de un especialista por considerarlo de débiles. Y así. Sin darse cuenta y sin saber cómo pudo volver a ocurrir, la bella italiana volvió a recaer en la bulimia.
La plantilla de Sacramento Spins era una mezcla de jugadores novatos encantados de conocerse, con antiguas glorias de la liga que ya sólo jugaban por dinero. Los resultados de la franquicia mejoraron ligeramente con respecto a temporadas anteriores, gracias a la aportación de Bob. Más se quedaba muy lejos de ser un equipo que pudiera competir por un campeonato. Como era de esperar el antiguo Rey de Bolonia, no quiso aceptarlo, y se autoresponsabilizó de la situación del equipo. Por ello Bob, duplicó sus horas de entrenamiento junto a un entrenador personal, cambio su alimentación y centró su vida únicamente en el baloncesto. Su carácter se fue haciendo cada vez más agrio hasta tal punto que se peleó varias veces con varios compañeros en el vestuario, tras sufrir derrotas dolorosas. La situación de Bob en el equipo cada vez era peor, pero a él le daba igual. Quería triunfar fuera como fuera. La noche del 23 de febrero Sacramento jugaba contra New York en el famosísimo Madison Square Garden. Uno de los mejores escaparates del baloncesto mundial. Bob buscó reivindicarse intentando realizar una actuación antológica. Para ello salió con más intensidad de lo normal. Aquella noche el jugador franquicia de Sacramento fue noticia en todos los programas deportivos americanos pero no por lo que él había soñado. En la caída del salto por un rebote, la rodilla de Bob se giró bruscamente. La articulación se hizo pedazos. Una temible triada ( rotura de meniscos y ligamento cruzado) frenó en seco la trayectoria deportiva de alguien cuyas ansias de conquista no habían tenido nunca límites. Aquel día el límite se lo puso su cuerpo. Aquel día, la vida de Bob comenzó a cambiar.
La relación con Bob ya era difícil antes de la lesión, pues su trayectoria deportiva le había hecho estar cada vez más distante. Tras la tríada articular de Bob, el vínculo se hizo insoportable. Además a esto se le sumaban los resucitados problemas de ansiedad y bulimia. Gena no aguantó más y decidió terminar con la vida que llevaba. Por un lado rompió sus contratos de trabajo, y por otro la relación con Bob. Tomar aquellas decisiones le resultó muy difícil. Quería a Bob, y le gustaba su trabajo, pero sabía que aquel camino la llevaba a la destrucción. Por primera vez en su vida, Gena estaba siendo consciente de que necesitaba ayuda, así que el siguiente paso fue ir en su búsqueda. Armada con toda la valentía y la dignidad que le quedaban, regresó a Italia para reconstruirse en un centro orientado a personas con desordenes alimenticios. Bob quedó destrozado. Le quedaba una recuperación de cerca de dos años por delante. Desde aquellos días ninguno de los dos volvió a ser la misma persona.
Peter Brown presentó su novela sobre Samuráis poco antes de las navidades. Una vez retirado y después de muchos años dudando sobre si lo que es escribía tenía suficiente calidad, se lanzó al vacío para ver qué ocurría. Cuando su mujer estaba viva, siempre le animaba a que dedicara más tiempo a esa faceta creativa tan alejada de las canchas de baloncesto. El creía que los piropos que recibía eran más conyugales que realistas. Sin embargo, pasados cuatro meses desde su lanzamiento, su primera creación se convirtió en un bestseller con un éxito sin precedentes. El extrenador de baloncesto universitario se convertía en el fenómeno más vendido de los Estados Unidos, y Peter lejos de abrumarse, disfrutó de la situación pues sabía que tanto los éxitos como los fracasos eran dos impostores. Además para él, todo lo que le estaba ocurriendo era un amoroso recordatorio de su mujer, y la admiración que siempre le trasmitió. Pasado medio año desde la publicación de «El Samurái Vencido», y una vez realizadas no pocas firmas de libros y entrevistas en televisión en programas de todo tipo, el fin de la promoción del libro llegaba a su fin. Curiosamente lo hacía en la ciudad de Sacramento. Por los motivos que fuera, el público de aquella ciudad era el que mejor acogida había dado a su obra, así que una manera de devolver la gratitud para con ellos, fue dar una semana de conferencias con la firma de libros correspondiente. Cada día, Peter, contaría en una ponencia el porque un hombre de un ámbito como el deporte había llegado a convertirse en un reconocido literato. El primer día quedó tremendamente sorprendido con la acogida del público de aquella ciudad. El segundo día quedó todavía más sorprendido, pero no por el éxito de su libro, sino por la visita de alguien que significaba mucho para él.
Bajó del Uber apoyado en sus muletas. Era la primera vez que salía a la calle en un mes. Los cinco primeros meses de su lesión los dedicó a la rehabilitación y a salir a beber a todos los pubs de Sacramento. Luego tuvo el valor suficiente de parar durante un tiempo, y lamerse las heridas en soledad mientras seguía recuperando su rodilla. Su aspecto no era el mejor. Bob era un hombre con barba desaliñada y pelo sin peinar, de casi dos metros y mas de ciento treinta kilos que caminaba apoyado en dos bastones. Nadie diría que se trataba de una rutilante estrella de la mejor liga del mundo, más se había abandonado tanto, que le daba igual su anterior estatus. Desde el club, se habían guardado las espaldas, realizándole un seguro médico nada más ficharle meses atrás. Si no volvía a jugar, no pasaría nada a nivel económico para los Sacramento Spins pues el seguro cubría su contrato. Así que desde la franquicia poca o ninguna importancia le daban a la situación personal del jugador estrella del equipo. Bob entró en aquella macro librería, en cuya entrada estaba el cartel donde aparecía el libro de su antiguo mentor. Lo había leído. Le había entusiasmado. Nunca pensó que el exentrenador escribía cosas tan bellas. Cogió el ascensor y subió a la planta donde Peter iba a dar una conferencia y a firmar libros. Llegó el primero y se sentó. Sacó de su bolsillo una carta y comenzó a leerla en silencio mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Bob estaba allí para ver a su viejo entrenador y para compartir con él, algo muy personal.
Había un revuelo especial aquel día antes de la conferencia. Un grupo amplio de personas se arremolinaba a mirar a alguien que se sentaba justo en la tercera fila con respecto al estrado. Peter Brown se abrió paso entre aquellos bulliciosos asistentes en dirección a dónde aquella tarde iba a dar la conferencia. Las personas de aquel corrillo al ver al autor del libro, corrieron a sentarse en sus respectivas sillas. Peter empezó dando las gracias un día más a todos los presentes que allí se encontraban para la firma del libro y para conocer el proceso creativo con el que lo dio a luz. Acto seguido procedió a hacer un barrido visual del público allí congregado. Fue entonces cuando le vio. Había engordado bastante y se había dejado crecer el pelo y la barba. Aún así, Bob Mcarty era perfectamente reconocible para su entrenador y para los allí asistentes. El expupilo le sonrió y Peter sintió una gratitud y alegría inmensa de estar allí, porque sabía que Bob no estaba en su mejor momento, y había hecho el esfuerzo de ir a verle. Tras una hora de conferencia y otra de firma de libros, Bob y Peter se fundieron en un gran abrazo. » ¡¡Me alegro muchísimo de verte Bob!!. ¡¡Me alegro muchísimo de estar aquí!!». » ¡¡Yo también entrenador!!. Entrenador una pregunta sobre su libro. ¿El samurái no podía haber buscado una solución mejor que hacerse el hará kiri?. » » ¿Por qué lo dices Bob?». » ¿Podría leer esta carta en alto Señor Brown? Quizás aquí tenga la respuesta». Sacó del bolsillo la carta que hora antes le había emocionado y se la puso en las manos a Peter Brown.
» Todas las grandes odiseas tienen un origen, y lo que es mejor aún, tienen un final». Anónimo.
» Gena, eres la niña más guapa del colegio, eres la niña más guapa de la ciudad y eres la niña más guapa de Italia». A pesar de que mucha gente se lo decía, a Gena le resultaba difícil de creer. Incluso si hubiera sido la niña más bella de mundo, no hubiera podido evitar que su padre la abandonara dejándola a cargo de una madre alcohólica. Ella no comprendió durante muchos años porque se tuvo que marchar. Por eso se autuculpaba. La que muchos consideraban una diosa italiana, creció sintiéndose pequeña e insuficiente.
» ¿Y tú quieres ser profesional?. ¡¡No me hagas reír!!. ¡¡Si lloriqueas en cuanto el entrenamiento es un poquitín más duro!!. ¡¡Levántate del suelo ahora mismo enano!!. ¡¡Límpiate esos mocos y enfócate en la canasta!!. ¡¡No me hagas perder más el tiempo!!.» Tim Mcarty entrenaba a su hijo a destajo para paliar el dolor de la perdida de su esposa tras una larga enfermedad. El pequeño Bob pensaba con inocencia que si hacía todo lo que su padre le mandaba, ambos dejarían de echar de menos a su madre. Pero era imposible. Los entrenamientos junto a su progenitor endurecieron el carácter de Bob día a día convirtiéndole en una animal de la competición.
El reencuentro entre Bob y Peter fraguó una amistad que no pudo darse cuando ambos eran jugador y entrenador en la universidad de Michigan. De alguna forma se habían encontrado en un momento vital clave para cada uno de ellos. Peter había superado la muerte de su mujer a través de la literatura y Bob debía aprender a reinventarse tras su lesión y posterior ruptura con Gena. Además, Peter se convirtió en una referencia para Bob porque había perdido a su esposa, tras sufrir la misma enfermedad que algunos años antes se había llevado a su madre. Peter supo salir adelante mientras que Tim, el padre de Bob no. Algunos días el otrora jugador de baloncesto se preguntaba que sería de su padre. Peter como si le hubiera leído la mente un día le sacó el tema» Creo que debes encontrarte de nuevo con Tim, tu padre. Ha pasado mucho tiempo desde que os separasteis. Yo no conocí a mí padre y aunque no lo creas, muchas veces me he sentido sin referentes y sin un origen al que mirar. Además, la vida da muchas vueltas, tú necesitas ayuda, y muchas veces la ayuda nos viene de quién nunca lo hubiéramos imaginado. Quizás tu padre juegue un papel importante en tu recuperación». Peter era una gran entrenador, un maravilloso escritor y un gran ser humano, lo que no sabía, es que además era un gran adivino.
» Todo santo tiene su pasado, todo pecador tiene su futuro». Oscar Wilde.
Gena se pasó el vuelo de vuelta pensando en su fracaso como modelo y como pareja. El auto castigo mental se hizo repetitivo durante unos cuantos días tras romper con su vida. Sin embargo aquellos pensamientos desaparecieron de golpe cuando identificó a la persona que le esperaba en el aeropuerto de Milán, como acompañante de la Sociedad Terapéutica en la que iba afrontar sus desordenes alimenticios. La persona que la esperaba y que la iba acompañar en su proceso era nada más y nada menos que Mila Lentini: su madre. Sobria y serena saludó a Gena » Hola cariño, ¿cómo estás ?.».
En la puerta de aquel colegio se daba la algarabía propia de la hora de salida, que se acrecentaba cuando entraba el entrenador del equipo de prebenjamines por la puerta. Entonces, un grupúsculo de unos quince niños se arremolinaba a su alrededor, buscando el abrazo o la atención del profe de baloncesto ( que era como llamaban). Luego empezaba el típico interrogatorio » ¿profe, profe a qué vamos a jugar hoy?». ¿Jugaremos partido al final?». Todo terminaba cuando el entrenador llamaba a los pequeños a formar un círculo para explicar en lo que iba a consistir la clase. Tim Mcarty llevaba siendo el «profe de baloncesto» de los más pequeños de aquel colegio, desde el mismo día en que Bob marchó a la universidad. Había formado a varios equipos de prebenjamines desde aquel entonces. En ese tiempo, había aprendido tanto de ellos que su carácter nada tenía que ver con el del ogro que entrenaba sin descanso a su hijo para que terminara en la NBA. Era cercano y cariñoso y los niños le adoraban. De alguna manera, esa forma de sentir y de vivir era el mejor homenaje que podía hacerle a su mujer. Ella era así. Una mujer entrañable y cariñosa con los más pequeños. Tim era un hombre muy diferente, y aunque ya no estuviera, se sentía más cercano que nunca a su mujer. Aquel día, Tim trataba de explicar a los niños a lo que iban a jugar con el círculo formado, sin embargo, un niño no paraba de levantar la mano para poder hablar con insistencia. La agitaba con fuerza para que el profe se diera cuenta de que tenía algo importante que decirle. Viendo la ansiedad con la que se agitaba el entrenador reaccionó. » ¿Qué pasa Jonhy?, ¿necesitas ir al baño?». » No profe, es que ha venido a verle una persona que dice que le conoce. Está allí sentado en la grada donde están nuestros padres. Mi padre me ha dicho que es famoso. ¿Usted sabe si es cantante?». Tim dirigió su mirada hacia el graderío de la cancha de baloncesto de aquel cole. Con sorpresa observó, que allí, sentado entre los padres de los niños del equipo de baloncesto, se encontraba su hijo Bob. Se le veía relajado dialogando con aquellos hombres y mujeres de manera distendida. Los niños no sabían quien era él, pero sus padres, que eran grandes aficionados al baloncesto si. La mayoría de ellos le hablaron maravillas de su padre y algunos llegaron a preguntarle por como llevaba la rehabilitación de la rodilla. Bob contestaba animadamente a las preguntas y participaba de las conversaciones. Después de mucho tiempo, se sentía uno más entre un grupo de personas. La lesión le estaba devolviendo la humanidad. Tim terminó la clase, y llamó a Bob para que se acercara al grupo. El jugador franquicia de los Sacramento Spins, llegó a la altura del círculo que realizaba Tim al final de la clase, ayudándose de sus muletas. » Tiene pupa» dijo uno de los niños. Cuando Bob ya formaba parte del círculo, el profe de baloncesto le presento de la siguiente manera. » Este es mi hijo Bob. Jugador de baloncesto de la NBA, y mi ayudante para entrenaros a partir de hoy». A Bob le pilló el ofrecimiento por sorpresa pero viendo el entusiasmo con el que se tomaron los pequeños la noticia, aceptó la propuesta de su padre con una sonrisa en el rostro, y con el corazón lleno de gratitud. » ¡¡Claro que sí!!. ¡¡Soy el nuevo ayudante del profe!!» acertó a decir con alegría.» ¡¡Viva viva tenemos otro profe de baloncesto.!!!»
Mila no se separaba de Gena durante lo que duraba el día. Era su salvavidas cuando las ganas de provocarse vómitos volvían. La ayudaba con sus ataques de ansiedad, la acompañaba en sus dinámicas grupales y la consolaba cuando se desaniman pensando que no iba a poder superar el proceso. Siempre estaba a su lado y eso ayudaba mucho a Gena. Además la fundación donde se encontraba internada Gena centraba parte su programa en el desarrollo de capacidades expresivas de los allí convalecientes, a través de artes como el canto, el baile o la expresión corporal. Mila por ejemplo, era la encargada de dar clases de canto a los hombres y mujeres que allí estaban. Tenía una voz maravillosa. La modelo no conocía esa faceta de su madre, pero tampoco sabia que había heredado ese mismo don. Los días y meses fueron pasando y Gena completó su recuperación. Por el camino se había reinventado. Junto con el alta, Gena recibió una propuesta para publicar un disco con las canciones que había compuesto y cantado durante su internamiento. Había reencontrado su voz y le había dando sentido a la herencia de su madre, por eso, aceptó consciente de que aquel paso le alejaba más si cabe del mundo de las pasarelas. No le costó. Tenía asumido que aquellos días, habían quedado muy atrás. Sin embargo, Gena no quiso caer en la trampa del éxito otra vez y decidió obtener beneficio únicamente de los discos. Solo con lo que vendía, podía llevar una vida llena de abundancia y prosperidad, así que renunció a la gira de conciertos, cuyos beneficios le hubieran hecho ganar un dinero que no hubiera podido gastar ni en diez vidas. No lo necesitaba. La autoexigencia y la sensación de carencia habían desaparecido. La recaudación de los pocos conciertos que hizo, fue destinada a la fundación para ayudar a personas con desordenes alimenticios, donde ella se había recuperado. Gena por fin, estaba en paz con la vida. Solo le faltaba una cosa por hacer. Redactar una carta al hombre que había dejado atrás.
Bob se mudó con su padre, junto con Peter a la casa que tenía el padre en la ciudad que le había visto nacer y crecer. Se estableció allí durante el tiempo que duró su rehabilitación. La habitación en la que dormía era un museo lleno de noticias sobre sus logros y victorias. Jamás hubiera pensado que, hasta el momento de la lesión, su padre había seguido su carrera con admiración y cariño. Pero así era. Por otro lado Peter y Tim tenían cosas en común. Ambos habían sido entrenadores de baloncesto, ambos tenían más o menos la misma edad y ambos habían perdido a sus mujeres de la misma manera. Se hicieron grandes amigos, mientras acompañaban a Bob en su recuperación. Por las mañanas era Peter el que le ayudaba con los gestos técnicos y con ejercicios para fortalecer la articulación dañada, y por la tarde era Bob el que le ayudaba a relajarse y a disfrutar entrenado a aquel grupo de alegres y dicharacheros niños. Era en esos ratos viendo jugar al baloncesto a los pequeños, en los que sentía que su lugar estaba de nuevo en la cancha, pero esta vez jugando con la misma despreocupación y alegría que veía en los niños. Los meses pasaron y el periodo de recuperación llegaba ya casi a los dos años, Bob recibió el alta. Le costó mucho incorporarse a la dinámica de los entrenamientos, al tener que separarse de su padre y los pequeños. Peter le sustituyó en su cargo como ayudante de Tim en el equipo de los niños, y cada día le enviaba un mensaje de voz de los pequeños dándole ánimos. Por fin llegó el momento del regreso a las pistas. La casualidad hizo que el partido se jugará en el Madison Square Garden. El mismo lugar donde casi dos años atrás se había roto la rodilla. Los días anteriores había estado relajado, estableciendo relación con sus compañeros como nunca antes había hecho. De hecho se le veía muchísimo más integrado en el grupo, que en los días en los que se creía el responsable de todo lo que le pasaba en el equipo. Llegó el momento de salir a calentar, y nada más aparecer por el túnel a la pista, escuchó una ovación alocada y llena de alegría que procedía de detrás del banquillo de su equipo. Su padre Tim, su entrenador Peter y el equipo de los niños habían ido a verle redebutar. Los pequeños se pasaron el calentamiento celebrando cada una de las canastas que metía, y una vez comenzó el partido lanzaron confeti y papeles cuando Bob encestó su primera canasta después de la lesión. El jugador reía con ganas en la cancha. El partido terminó con una victoria de Sacramento. Bob hizo un gran partido. Su anotación quedó bastante alejada de las que solía conseguir pero contribuyó a que su equipo realizará un juego coral, lleno de alegría y descaro, que hizo disfrutar al público de lo lindo. Al final del partido Bob fue entrevistado dedicándole la victoria al «club de fans» que había ido a verle jugar. Al final de la entrevista fue a abrazarse con los pequeños, convirtiéndose en una de las imágenes más icónicas de la historia de la NBA. Bob no ganó ningún título en la NBA, y sin embargo, se convirtió en referente de dicha liga. Fue All star varias veces y campeón Olímpico con los USA. Sin embargo, el mayor reconocimiento que recibió Bob fue el que obtuvo del basket infanti. Y es que cada verano organizaba junto con su padre y Peter un campus de baloncesto para niños en riesgo de exclusión social. Aquel proyecto no consiguió que surgiera ninguna estrella del deporte, pero si logró sacar a muchos niños de un entorno difícil y complicado. Sin duda, ese fue el mayor triunfo que Bob logró a lo largo de su carrera.
Una carta que lo cambió todo…
Peter cogió el sobre que le había entregado Bob. Lo abrió. Dentro había un CD, una noticia y una carta. La noticia era de un periódico italiano llamado» El Corrieron de la Sera», y tenía el siguiente título: » De Top Model a cantante de lírica. La resurrección de Gena Lentini». A continuación abrió la carta. Se habían quedado solos en la sala donde Peter había dado la conferencia y su voz comenzó a escucharse en todo salón. Querido Bob: Quizás pienses porqué te escribo esta carta pasado un tiempo desde que me marché de los Estados Unidos. Se que te bloqueé en redes sociales y que corté todo contacto contigo. Tenía que hacerlo así. Si no, no me hubiera separado de ti en la vida, y eso nos hubiera hecho a los dos mucho daño. Somos dos personas con heridas emocionales por curar, y nos conocimos en un momento de nuestras vidas que resultó ser un espejismo. De hecho, cuando las cosas nos empezaron a ir mal, volvieron nuestros fantasmas del pasado y la relación se fue deteriorando a pasos agigantados. Estar juntos fue maravilloso durante un tiempo, hasta que llegó ese momento en el que los dos perdimos nuestro centro y comenzamos a mal querernos. He tenido problemas con la bulimia desde que empecé en el mundo de la moda. Durante un tiempo a tu lado pude controlarla, pero cuando comenzó mi crisis personal volví a recaer. En ese momento decidí volver a Italia a curarme de una vez por todas de este problema. Aquí he encontrado la paz y mi vocación. De hecho ahí te envío, el CD maqueta del disco que lancé y que está teniendo muy buena acogida. Quería compartir este tesoro contigo porque, aunque no lo creas te estoy eternamente agradecida. Si no hubieras aparecido en mi vida nunca hubiera dado los pasos para estar bien conmigo misma. Gracias por todo lo que me diste, incluso cuando no estabas en condiciones de darme nada. Gracias por ser quién has sido en mi vida, y gracias por el inmenso amor que siento por lo que vivimos. Te voy a querer siempre Bob. Un abrazo desde lo más profundo de mi corazón: Gena. Tras terminar de leerla Peter abrazó a un emocionado Bob diciéndole con una sonrisa » Quizás el Samurái de mi libro podía haber tomado otra decisión, lo que si tengo claro es que tú no vas a caer en su error. ¡¡Vamos Bob!!. ¡¡Tenemos una recuperación por delante!!».
Dedicado a todas las personas que tocaron, tocan y tocarán mi corazón.