Los Tejos del amor

Miraba al cielo preocupado porque los copos de nieve le impedían, cada vez mas, saber cuanto tiempo del día quedaba para completar su misión. Allí entre dos tejos milenarios, debía enterrar la piedra del nigromante para que en la estación que estaba por comenzar, la comunidad que ponía el centro de su vida en la armonía, pudiera estar protegida de los designios oscuros de aquellos que no querían que el amor reinara en el mundo. A lo lejos un sonido de cascos de caballos se acercaba. ¿Quién podría ser?. ¿Le perseguían aquellos cuyo propósito era detener lo inevitable?.  

Cristoph era el heredero de las tierras familiares. Un joven con una magnifica sensibilidad para las artes y bastante bien instruido en al arte de la guerra, dirigía el destino de aquella comarca sin conocer todos sus misterios y leyendas. Sus padres fallecieron cuando el era un adolescente, por enfermedades comunes en aquella época. La tarea le había pillado lleno de juventud y por lo tanto de impulsividad, lo que le hacía blanco fácil para ser maleado por aquellos hombres que observaban la ley de Dios de manera muy radical.

 

Armand era un hombre más de fe que de dogma, por ello no dudó en acercarse a aquella comunidad especial y diferente, aún sabiendo que las redes del inquisidor se extendían por todos los lugares de la comarca. Todavía recordaba el día que se encontró con ellos. Paseaba por el bosque tranquilo, hasta que seducido por perseguir a un pequeño ciervo, acabó adentrándose mas de la cuenta. La vegetación era tan abundante que apenas se distinguía la luz del sol. Armand comenzó a preocuparse pues no sabía realmente donde se encontraba. Tras varios minutos, quizás horas, el sonido de unos cantos atrajo su atención y decidió dirigirse hacía el lugar del que provenían. En su cabeza se repetía una y otra vez la misma idea. ¿Y si se trataba del grupo de herejes? ¿Aquellos hombres y mujeres de los que  la Inquisición contaba, se alimentaban de niños, y tomaban yerbas venenosas para conectar con el maligno?. ¿Y si fueran ellos?. El clérigo rezaba en su interior para doblegar el miedo, y fue precisamente el rezo el que le condujo hacía las armónicas voces de idioma desconocido que tanta incomodidad le estaban generando. Sentía que el gran Dios estaba de su parte, a pesar de la zozobra que le invadía.  Después de unos cuantos pasos Armand llegó a un claro del bosque. Allí aproximadamente unas doscientas personas, entre hombres, mujeres y niños, se agolpaban sentadas en el suelo, mientras participaban de una curiosa celebración. Un varón sostenía a un recién nacido  en brazos debajo de dos tejos milenarios. Mientras  el pequeño (en este caso pequeña)recibía un dulce y amoroso canto. El clérigo era consciente de que aquellas gentes tenían que ser los herejes, más también tenía la certeza interior de que nada malo iba a ocurrirle. Aún así decidió quedarse escondido entre los arboles, mientras los hombres y mujeres comenzaron a acercarse a la pequeña por turnos para otorgarle caricias y mimos.  Era una ceremonia muy similar al bautismo. Cuando la adoración cesó, el clérigo, guiado por un impulso interior, salió de su escondite dirigiéndose al maestro de ceremonias y a la recién nacida y al llegar a su altura se arrodilló sin saber muy bien como. Los que allí estaban  lo esperaban. Desde aquel día Armand  ocuparía un lugar muy importante en la vida de la comunidad y por supuesto, en la vida de la niña que allí estaba siendo presentada.

 

«Dios te salve María….»Rezando a Santa María, comenzaba cada día, pues todavía tenía muy presente a su propia madre en la memoria. Hacía muchos años, mamá, desapareció. Su padre, hombre violento y alcohólico, siempre le contó que fue raptada por un grupo de herejes que vivían en los bosques de la comarca, dedicados al culto del demonio. El creía a su padre. Las palizas que recibía de él, le disuadían de cualquier otro pensamiento con respecto al destino de la mujer que le trajo al mundo. Verse privado de la figura materna y machacado por la paterna, le hizo alimentar un terrible odio interno hacía aquellos que  (según su padre)  le habían privado de su madre. Esa ira interior fue moldeando la personalidad, de uno de los hombre más temidos de toda Francia. Jean  Toulonel el inquisidor.  Famoso por su crueldad y dureza frente todo aquellos que se salieran de los dogmas establecidos por el catolicismo. Muchos de sus perseguidos, preferían quitarse la vida, antes de ser apresados por tan temible juez.                          Aún así en el corazón de aquel terrible hombre, quedaban resquicios de esperanza, alimentados por los rezos a la madre del cielo, que le hacían recordar a la madre de la tierra.  «Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

 

La  joven se acercó a Armand con tono desenfadado. «Creo que me ha visto un joven mientras me bañaba en el lago. Cuando salí a vestirme, montó y                                            corrió a lomos de su caballo.»                                                                                                   «¿Estás segura de ello?.». Preguntó el clérigo preocupado. «Tenemos que tener mucho cuidado. El inquisidor no ha mostrado clemencia a los nuestros nunca. Cualquier desliz nos acercaría a todos a la hoguera». Añadió. «No temas abuelos. Mi intuición me dice que en el corazón de aquel chico no había maldad. » Isabela se había convertido en una mujer bellísima. Sin duda las mas bella de la comarca. Para ella Armand era su abuelo, pues surgió de los bosques el mismo día que era presentada en sociedad. Además perdió a sus padres a los diez años de edad, resultado de una cacería de las huestes inquisitivas. Desde aquel día, tanto la comunidad, como Armand se hicieron cargo de Isabella. Así el clérigo llevaba una doble vida, en la que el púlpito de la parroquia daba pasó al cuidado de su ahijada en la clandestinidad. 

 

El joven duque había quedado hechizado. Contemplar a aquella bella mujer mientras se bañaba era contemplar la belleza al natural. Durante no pocos años, familias de rancio abolengo le habían presentado a jóvenes de alta alcurnia. Cristoph (asi era como se llamba) había intimado con alguna, pero nunca dió le paso para comprometerse. Mas la mujer que había observado aquella misma mañana, era diferente por frescura y gracilidad. Parecía que estuviera en intima conexión con la naturaleza como si fuera la luna o el sol. El joven comenzó a pensar en ella, a soñar con ella. ¿Y si lo que vio no fue real?. ¿Quién se bañaría en un lago, bien entrado el Otoño?. 

 

Isabela se encontraba contrariada. La vida que llevaba en la clandestinidad con sus semejantes le había empezado a agobiar. Tras el episodio del lago, toda la comunidad tuvo que esconderse por un tiempo, en cuevas de la comarca. La mayoría de aquellos hombres y mujeres aceptaban su situación. Isabela tenía otra manera de ver las cosas. Quería conocer mundo. Sentirse libre. Abrirse a otras culturas y modos de vida. Sabía que eso podía poner en peligro a los suyos, más estaba dispuesta a adaptarse a lo que pudiera encontrarse en el mundo exterior, sin olvidar los principios de amor a la naturaleza y al prójimo con los que había crecido.                               Quizás el encuentro fortuito con el joven del lago había alimentado mas si cabe su curiosidad sobre la vida y lo que había mas allá de la comunidad. Estaba decidida a marchar a vivir a la ciudad de la comarca.                     Armand le pidió prudencia. Establecerían juntos un plan o estrategia para crear una historia creíble sobre ella, que no levantara sospechas sobre su procedencia. «Diré que eres mi sobrina. Hija de una hermana mía que murió hace unos años de cólico miserere en Marsella. El motivo de tu llegada a la ciudad es porque has venido a cuidar al ser yo ya mayor. Eso sí, tendrás que buscar un trabajo o dedicación para ganarte la vida y así levantar menos sospechas.» Isabella aceptó con alegría. Se dedicaría a la alfarería, pues entre los suyos era la encargada de fabricar todo tipo de enseres para el día a día. Sus creaciones eran autenticas obras de arte.     A Armand no le gustaba la situación, pero tenía fe en que el plan iba a funcionar, ¿Qué podría fallar?.

 

«¿Ves esta piedra?». Le decía entre gruñidos el padre al hijo. «Esta piedra encuentra a esa escoria que hizo desaparecer a tu madre.» «¿Cómo la has conseguido?». Preguntó el niño asustado, temiéndose la respuesta. » Me la ha regalado Marvas». «¡Pero papá ese hombre es peligroso!. ¡Dicen que es un nigromante y que habla con el demonio!. » ¡Tonterías!. Los únicos adoradores de Satán que hay en estas tierras, son los que se llevaron a tu madre!.» El pequeño no quiso seguir advirtiendo a su padre, y le hizo una última pregunta, » y ¿como funciona la piedra?». «Luce cuando alguno de esos llamados cátaros anda cerca.»                                                               Pasados los años Jean el inquisidor todavía recordaba su primer contacto con el objeto maldito que había recibido en herencia de su padre, y que tantas veces usó después, en las cacerías de aquellos que le habían privado de mamá todos ese tiempo. Lejos habían quedado los temores que tenía de niño sobre la piedra y su procedencia, y sin embargo como intuyó en la infancia, dicho mineral era muy peligroso. Sobre todo para él. La piedra no solo localizaba a un grupo especifico de personas. También irradiaba oscuridad y mal. Era como si un humo invisible saliera de ella, introduciéndose en el corazón del que la poseía.,                                                                              llevándole al odio, al rencor y a la destrucción.                                                       No era un utensilio casual. Aquel trozo de granito, fue uno de los cuales hirió de muerte a Pierre el cátaro, famoso místico heredero del  conocimiento de Jesús el hebreo. Pierre había llegado a tierras francesas desde Egipto junto con un grupo de discípulos y seguidores del Nazareno, en busca de nuevos lugares en los que extender un mensaje de amor, tan profundo como incomodo. Allí estableció una comunidad de creyentes que empezó a resultar peligrosa para las organizaciones religiosas imperantes en aquella época. Pero fue su relación de amor con una mujer casada de la zona la que le llevó a la persecución y muerte por parte de la inquisición. El Santo Tribunal, sin saberlo, era guiado  en las sombras por un poder oscuro lejano al Dios benefactor del que hablaba el Nuevo Testamento. Pierre fue lapidado junto a Charlize,  que era el nombre de la mujer que había tocado su corazón. Aquel día el maligno Marvas. hombre conocido en la comarca por sus extraños hábitos que curiosamente no llamaban la atención de la iglesia,  contempló con gozo la ejecución, pues fue invitado a ella. Al finalizar ésta, sin que los clérigos allí presentes se dieran cuenta, tomó una de las piedras ensangrentadas que abatió a Pier y la guardó, convirtiéndola con el tiempo en un objeto tan maligno como maldito. Ese mismo objeto fue el que años más tarde regalaría al padre de Jean el Inquisidor.                                                       El acto de ajusticiamiento apenas se conoció en la comarca por el resto de personas que no pertenecían a la comunidad de Pierre. La pareja dejó atrás este mundo legando un mensaje de amor entre los suyos, además de una pequeña huérfana llamada Isabella. Sin embargo Charlize dejaba atrás algo más que eso.

 

Querido Jean:  

Hoy es el fin de mi vida. Cada día que ha pasado desde que me separé de ti, te he recordado y te he  echado  de menos, por no haber podido acercarme.                   A los pocos meses de nacer tú, el abuelo Jean  (padre de tu padre) murió en la hoguera acusado de herejía, por ser un curandero humilde, sencillo y amoroso. Un extraño ermitaño llamado Marvas medró en la cabeza de algunos clérigos de la zona pues sentía envidia de la sabiduría de tu abuelo. Manipuló tanto la situación que al final el sabio Jean acabó ajusticiado. Tu padre. No pudo soportar el dolor y comenzó a beber. Tú, ya le conociste lleno de violencia y rencor. A mi se me hacía insoportable vivir con él.  Estaba desesperada. Rezaba todas las noches a Dios para que me ayudara. Y mis rezos parece que fueron escuchados. A los meses conocí a Pierre el Cátaro. Un hombre maravilloso con un mensaje y una calidez muy parecida a la que tenía tu padre antes de morir el abuelo Jean. Me enamoré y me fui con él. Quise llevarte conmigo, pero tu padre amenazó con denunciarme a la inquisición si lo hacía. Curiosamente Marvas, el mismo hombre que había contribuido a acabar con la vida de tu abuelo, había establecido una amistad con tu padre instigando en su mente, rencor y odio contra mí. Tuve que marcharme dejándote atrás.  Ha sido el sacrificio mas grande que he podido hacer en mi vida, y hoy por fin he podido perdonármelo.                                       Hijo, no solo llevas el nombre de tu abuelo, también  tienes su corazón. Por favor, no caigas en la oscuridad del odio que alcanzó a tu padre. La memoria de tu abuelo no lo merece. La memoria de tu padre no lo merece.                                                            Hoy  me lapidan junto a Pierre en un ajusticiamiento clandestino. No quieren que nuestra muerte pueda tener un efecto curiosidad en la población sobre lo que decimos o hacemos. Es mejor propagar la idea de que somos herejes. Hijo mio, no tengo miedo. Estoy tranquila. Por eso quiero hacerte llegar esta carta. Para decirte que lo mucho que te quiero, y que tienes una hermana pequeña. Se llama Isabella, y aunque no tenéis el mismo padre, es mi vivo retrato. Mi ultima voluntad es que os podáis  encontrar algún día.                           He dejado escondida esta carta en el altar de la Iglesia de Armand, el clérigo de la aldea cercana a la ciudad de la comarca. Espero que algún día la encuentre y te la haga llegar. Ojalá te puedas encontrar con tu hermana, ojalá nos podamos encontrar  en el cielo. Se fuerte, se valiente, se amor. Te quiero infinito hijo.                                      Armand nunca encontró esa carta.

Las piezas de alfarería de Isabela, pronto se hicieron famosas en la ciudad, cosa que inquietaba sobremanera a Armand, aún siendo la coartada sobre la vida de la joven bastante creíble. Más el buen clérigo sabía de la oscuridad que operaba en aquellas tierras y creía que cualquier preocupación era poca.  Su «sobrina» había generado, un gran revuelo entre los que allí habitaban, tanto por su belleza física como creativa.                                                                                                                                   Cierto día, un grupo  de media docena de hombres a caballo, se presentó en el mercado de la ciudad, para comprobar los rumores que corrían sobre unas obras artesanales de una familiar de un clérigo de un aldea cercana.     Encabezaba la expedición Cristoph. Señor de Carcasone. El joven cuyos pensamientos giraban en torno a una joven saliendo de un lago en pleno Otoño. Desmontaron del caballo y se dirigieron al puesto donde más gente se arremolinaba intuyendo que allí estaba el origen de todos esos comentarios exaltados. A Cristoph le dio un vuelco el corazón cuando comprobó quien era la tendera del famoso puesto en el mercado. Allí delante de él estaba la joven cuyo cuerpo vio recorrido por la luz de la luna saliendo del agua, una noche cualquiera. Resultaba una gran paradoja, encontrarla sin ni siquiera haberla buscado. Aún así controló su excitación interna y se situó en la cola para ser atendido como el resto de personas que allí estaban.                                                 Isabella veía con agrado el éxito que tenían sus creaciones y atendía con amabilidad a todos los que allí llegaban. Esta vez al levantar la cabeza y mirar la cara de su nuevo cliente, fue consciente de quien era. No había duda. Era el joven que unos días atrás le descubrió en su baño nocturno. Era un hombre muy apuesto, en cuyo rostro sereno se dibujaba una sonrisa amable, adornado con unos ojos verdes llenos de vida. Se podía decir que era muy atractivo. En ese momento comenzó un dialogo. » Quiero estos cuatro platos. ¿Podría hacerme diez más para mi casa? mi señora». «Claro que si mi señor, Pero deberá esperar unos días.». » Es igual no tengo prisa. ¿Cómo es que nunca antes la hemos visto por este mercado? «. Era la típica pregunta que quería evitar Armand a toda costa. «Llegó hace poco de Marsella. Es mi sobrina Isabella hija de mi hermana y mi cuñado fallecidos  por cólico miserere, mi señor. Fue espantoso, como si se hubieran contagiado entre ellos».  Isabella afirmó con la cabeza.                                              Las visitas a su puesto por parte de Cristoph se repitieron encargandola cada vez mas nuevas creaciones. Un vinculo precioso empezó a gestarse entre ellos.

 

Pierre y Charlize se agarraron de las manos mirándose a los ojos, esperando la lluvia de piedras que acabaría con sus vidas. Recitaron a la par el Padre Nuestro en Arameo como el maestro hebreo había enseñado, ofreciendo su corazón a la amada comunidad, a la pequeña Isabel, y Charlize, además a su joven hijo Jean, que por aquel entonces ya había entrado en el seminario. Las piedras no tardaron en alcanzarles, mientras la multitud de vociferante  clérigos pertenecientes a  La Santa Inquisición, les calificaba de herejes. Pronto cerraron los ojos y entregaron sus almas. Aquella noche ambos se abrazaron en el infinito.   

 

Llevaba manipulando a la gente de su alrededor desde que tenía uso de razón. Adoraba al Señor de las Tinieblas sin nadie, le hubiera hablado de él. No vivió ningún drama familiar ni ninguna situación especialmente dura en su infancia. Nació siendo una alimaña y con los años se convirtió en una bestia sin corazón. Marvas era el mal encarnado, pero incluso a un mal así se le puede doblegar.           Años atrás: «¿Quién ha matado a tantas gallinas de manera tan cruel? No parece obra de lobos o zorros. ¿Sabes algo pequeño Marvas?.». «No padre, no he visto nada.» Una vez más mentía. 

 

«Se que me viste aquella noche bañándome en el lago. Disimulaste muy bien el primer día en el mercado». » Se que me viste observándote, en el lago, disimulaste tú mejor, vendiéndome  aquellos platos». Sonrió Cristoph mientras acariciaba la cara de Isabella con cariño. Una cara a la ya había besado varias veces,  y a la que ya se había rendido por completo. Estaban enamorados no había duda. A él le daba igual, saber muy poco sobre el pasado de ella. A ella no le importaban demasiado los títulos nobiliarios que poseía él. Se comprendían mas allá de los velos de las ilusión de la vida. Su conexión era de corazón a corazón.

 

«Su excelencia. El conde Carcasone le invita a una audiencia en su casa, para presentar en sociedad a su prometida. Según parece es una bella alfarera emparentada con el clérigo de una aldea cercana. Es plebeya pero tiene grandes actitudes artísticas.». » Aunque considero estos actos sociales muy tediosos, dígale que Jean el inquisidor asistirá. me aburriré como de costumbre». Esa vez se equivocó.

 

«Mira hijo». «¡Que platos más bonitos mamá!. ¿Los has hecho tú?. «Claro Jean. Espero que tu padre no los rompa como la ultima vez». Aquel recuerdo le vino a la cabeza mientras visitaba la lápida del hombre que tan difícil se lo puso cuando su madre se marchó. Mamá Charlize era una artista, pero poco podía hacer con la bestia que convivía con él. Estaba totalmente anulada. Quizás no había sido tan malo para ella, el «rapto» por parte de la Comunidad. No podía pensar en eso. ¡Era una herejía!. ¿Cómo podría ser bueno para alguien caer en manos de adoradores del maligno?. Montó en el carruaje que le esperaba y se dirigió al caserío de Cristoph     

 

Los huesos le advertían de que su dominio en las sombras iba a acabar. Una unión entre dos personas iba a generar un equilibrio en la comarca que no solo le haría perder el poder que llevaba tiempo ejerciendo en la oscuridad, sino que acabaría con su vida y todo lo que representaba. ¡No, si podía evitarlo!. Pero ¿Cuál sería el acontecimiento, que tan nefastas consecuencias le iba a traer y como podía hacer que no ocurriera?. 

 

Isabella estaba nerviosa. No estaba acostumbrada a recepciones de ningún tipo, ni actos sociales tan extraños para ella. Sin embargo Cristoph la calmaba, cada vez que ella sentía angustia. Muchas personas acudieron a la recepción para presentar el enlace.                                             El último en llegar fue Jean de Toulon, famoso inquisidor de la zona. Más un tiempo después el oscuro Marvas también se coló en la recepción creyendo que allí estaba la clave de lo que los huesos le habían advertido.                                              Poco a poco Cristoph fue presentando a Isabella a las personas que por allí estaban, mientras Jean el inquisidor  aburrido, deambulaba por la casa, perdido en conversaciones triviales. Hasta que un objeto de los que allí estaba le llamó la atención. Se trataba de unas piezas de cerámica con un estilo muy peculiar, tremendamente similares a las que le vinieron al recuerdo horas antes. ¿Cómo podía ser?. Su madre no pudo darse a conocer nunca. Comenzó a elucubrar pensamientos que no le llevaron a ningún lado, y cuando llevaba absorto en ellos mucho tiempo una voz le sacó de su estado de trance. » Buenos días su excelencia. Mi nombre es Armand y soy clérigo en una pequeña aldea de la comarca. Quería presentarme, pues dentro de la iglesia usted tiene una gran reputación. »            » Gracias hermano Armand. Solo hago mi trabajo lo mejor posible. De hecho estoy pensando en hablar con el joven Cristoph para que me ayude a redoblar el esfuerzo en la búsqueda de todo hombre y mujer contrario a Dios padre. Lo único que no le conozco lo suficiente. Ni a él ni a su prometida.» Añadió Jean. » Eso tiene fácil solución. Venga conmigo. Yo le haré llegar a ellos.».                                    Fueron apenas veinte pasos los que dio el inquisidor para encontrarse con los jóvenes que hacían publico su amor. Pero eso veinte pasos cambiaron su vida. Allí delante de él., agarrada de la mano del joven Señor de la zona, había una joven que era idéntica a su madre Charlize. La pareja le saludó con cercanía y educación. Jean apenas pudo articular palabra.  Era como si estuviera viendo un fantasma. Primero la alfarería y luego esto. ¿Quién era la joven y de donde había salido?.                                                                               Isabella creía se sentiría incomoda al hablar con el inquisidor pero había algo familiar en ese hombre que le generaba tranquilidad. «¿ Es usted la que ha realizado los objetos que vi en aquella habitación antes?». » Sí, mi señor. Aprendí el oficio de mi madre en Marsella. Y cuando ella falleció vine a la ciudad a vivir con mi tío Armand.». Jean quiso seguir la conversación por un tiempo, pero su cabeza iba a mil por hora y de alguna forma terminó de hablar con la joven en pocos minutos. Poco después decidió apartarse a una habitación para reflexionar. En ella se encontraba Marvas. » ¡¡Jean el inquisidor que grato encuentro!!. Hace mucho que no hablamos. Tu padre fue un gran amigo mío. Le hice un gran regalo. ¿No crees?. » Le dijo mirando al bolsillo central de su sotana. El inquisidor miró hacía a esa parte de su vestimenta. En el  interior del bolsillo algo había empezado a lucir. Era la piedra rastreadora. De manera instintiva Jean salió corriendo de la habitación. Todo lo que estaba pasando allí le había superado.                                       Marvas sonreía con maldad. Sabía que la chica de la unión era una de esos herejes. Ahora solo quedaba que Jean actuara como en otras ocasiones.   

 El inquisidor cogió uno de los caballos allí presentes, y salió al galope sin dirección. Estaba asustado. ¿Quién era Isabella?, ¿por qué era tan parecida a su madre?, y lo mas importante si era una de los herejes de la Comunidad, ¿qué tendía que hacer?. ¿Denunciarla, ajusticiarla y que esa boda no se celebrara?. No podía hacer eso. Le recordaba tanto a mamá Charlize que se veía incapaz. Así estuvo minutos quizás horas a lomos del caballo, hasta que ya de noche,  llegó a una pequeña aldea. Sentía la necesidad de rezar para aclararse, por lo que se introdujo en una pequeña y humilde iglesia que allí se encontraba. Entró y comenzó a repetir una y otra vez el rosario hasta quedar dormido. Buscaba respuesta en Dios. Y Dios le respondió a través de los sueños.

 

Cristoph conocía el secreto. Mucho antes de hacer público su enlace, comenzaron a hacer visitas a la Comunidad a la que pertenecía Isabella. El joven la amaba por encima de todo y sentía que aquellas personas, le hacían mejorar como ser humano. Aun así tenían que ser muy cautos. Si alguien se enteraba del origen de la bella alfarera, ni los títulos mobiliarios la salvarían de la hoguera.

 

«La boda no se puede celebrar. Isabella es una hereje de la Comunidad que tanto dolor ha causado en estas tierras. En cualquier momento vuestro señor Jean os lo hará saber y tendréis que comenzar la cacería.» Con estas palabras, Marvas fue informando a los clérigos del tribunal de la Santa Inquisición más manipulables.  Creía que así evitaría el desenlace negativo que se había auto vaticinado. No podía estar mas equivocado.

 

Estaba sentado en una gran roca entre dos Tejos y a los lejos, dos hombres se acercaban a él con buen paso. Uno era un anciano. El otro un hombre de unos cincuenta años. Una vez que estuvieron a su altura los reconoció enseguida. Eran su padre y su abuelo. Pero. ¿ Qué  estaban haciendo allí ?. Pronto su padre le habló. » Has pedido guía y se te ha concedido. Tan solo puedo decirte que tu eres el que ha de poner fin a algo que se inició con tu abuelo. Entierra la piedra en el mismo lugar que estas viendo ahora. Salva la inocencia y el amor de aquella que lleva tu sangre, y por favor hijo perdóname. Muchas veces el amor no llega porque se queda bloqueado en otra generación. Libéranos, libérame, libérate «.  Justo cuando iba a preguntar algo a su abuelo un ruido despertó a Jean del sueño. A pesar de la información recibida no tenia nada claro todavía. Se levantó somnoliento del banco en el que había quedado dormido, y se dirigió al altar de la pequeña iglesia. Una parte de éste se había desprendido, y junto al trozo de altar se encontraba un carta. Jean guiado por una fuerza interna comenzó a leerla.

 

Jean llevaba un tiempo sin aparecer. Marvas se impacientaba, pues habían pasado dos días desde su conversación en el acto oficial de pedida de mano de Cristoph e Isabella. El quería tener la situación controlada, mas había algo que se le escapaba. Así que para tratar de tomar ventaja, comentó de nuevo a los clérigos cercanos a Jean, el utensilio que el inquisidor usaba para encontrar herejes, como método para certificar que Isabella era carne de hoguera. Así que sin mas dilación les envió en búsqueda de Jean y de la piedra.

Armand entró en su iglesia como cada mañana a rezar el rosario. Allí había alguien. Un hombre vestido con  habito religioso, tenía una carta en sus manos de la que no apartaba la vista. Era Jean de Toulon y sus ojos estaban empapados en lagrimas. Armand se acercó a saludarle con cariño y  cuando el inquisidor fue consciente de la presencia del humilde clérigo, se puso de rodillas y pidió confesión. Sentía una tremenda culpa por todas las vidas que había arrebatado en el rígido cumplimiento de la ley de Dios. Además le invadía una gran tristeza por haber dejado que el odio y el rencor guaira buena parte de su vida. Armand no le quiso confesar pues sabía que Dios le perdonaba igualmente.  A cambio Armand escuchó toda la historia de Jean comprobando con emoción que ambos religiosos estaban emparentados por una misma persona: Isabella. De alguna forma Armand también era familia de Jean, aunque sus lazos no fueran de sangre. Se fundieron en un gran abrazo lleno de lagrimas, sintiéndose Jean mas liviano al ya no estar solo en la vida. Más le quedaba una  misión por hacer, o Marvas acabaría con lo poco que le quedaba. » Armand he de encontrar un lugar entre dos Tejos y enterrar esta piedra, luego lo que tenga que hacer lo pongo en manos de la providencia. ¿Sabrías decirme donde está ese lugar?.» » Por supuesto que si . De hecho allí empezó toda esta historia».

 

Volviendo al principio

Un grupo de clérigos había salido a buscar a Jean guiados por Marvas. Estaba cayendo una enorme nevada, lo que hizo que aun estando cerca del inquisidor no le encontraran por ningún lugar de la comarca. Esto le proporcionó un tiempo suficiente para enterrar la piedra, en el mismo lugar donde Isabella fue «bautizada».  Su hermana estaría a salvo, mas Jean se encontraba en una situación difícil, pues no encontraba el camino de vuelta a la aldea de Armand. El frio y la nieve le estaban abatiendo. De seguir así poco tiempo mas podría aguantar en el bosque sin perecer, más si aquel día era su fin, estaba en paz para afrontarlo. Así que se sentó en el suelo abandonado a su suerte sonriendo al buen Dios por el regalo que le había hecho. Esperando su final cerro los ojos con gratitud, pero aquel no fue su ultimo día.                                                                                                                  Jean abrió los ojos. Estaba dentro de una cueva en algún lugar del bosque. Un grupo de hombres y mujeres le cuidaban. Le habían salvado de morir congelado, los mismos  seres humanos a los que había perseguido, los mismo seres humanos que habían conocido a su madre. Su corazón estaba rebosante de gratitud

 Marvas fue ejecutado en la hoguera, por las durísimas acusaciones sobre la bella Isabella, y por inventar historias sobre objetos mágicos. Jean el inquisidor se encargó de encabezar la acusación, contra tan oscuro ser humano, sabiendo que su fin traería mucha paz a la comarca. Fue su último servicio al Santo Tribunal, pues poco tiempo después despareció sin dejar rastro. Nadie supo donde estaba desde entonces. Bueno. Casi nadie.

De pie debajo de dos tejos milenarios estaban unidos por las manos Cristoph e Isabella. Allí una humilde comunidad entonaba cantos de alabanza a los enamorados mientras que dos maestros de ceremonias dirigían la union. Armand y Jean hicieron los honores. Lo que el amor unio allí era  algo mas que una pareja.

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