Había una vez en un colegio normal, de un barrio normal, un grupo de alumnos muy rebeldes.
Aquella camarilla de niños y niñas habían integrado la costumbre de hacer caso omiso a cualquier tipo de norma o límite, incluidas las que mas podían beneficiarles.
Lamentablemente la situación se convirtió en una guerra de pode. Los discentes se oponían a cualquier reglamento, y los docentes respondían con autoridad y firmeza. La dinámica era de oposición contra imposición. Mal camino para buscar solución a un problema tan enquistado.
¿Cómo se resolvió el conflicto?. A aquel centro educativo llegó llamado por la dirección, un tipo muy peculiar. La fama le precedía. Según se contaba, había arreglado innumerables situaciones en un gran número de colegios. Al parecer, era infalible. Nada más llegar se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue convocar una reunión a tres bandas. A ella, asistieron profesores, alumnos y padres. Estos últimos que duda cabe, también eran indispensable para solventar las difíciles circunstancias que se estaban viviendo.
El encuentro comenzó con una rueda de quejas de cada uno de los grupos sobre el resto.
Los alumnos achacaron a profesores y padres rigidez de normas y falta de confianza en ellos. A sus progenitores les llamaron aburridos por repetir siempre las mismas cosas y a los formadores les tildaron de injustos por sus continuas sanciones.
Los padres señalaron a los hijos como irresponsables y a los profesores como drásticos en la manera de corregir las situaciones que se daban en las clases. Estaban muy cansados de tener que estar detrás de sus vástagos recordándoles todo lo que tenían que hacer. También estaban hastiados de leer notas en la agenda, donde a su juicio, los docentes ponían en duda la educación que estaban dando a los pequeños.
Los profesores lamentaron el tremendo pasotismo de los alumnos frente a sus obligaciones. También mostraron enojo con respecto a lo que ellos consideraban actitudes condescendientes de los progenitores.
A continuación el negociador tomó la palabra: «Esta es una historia contada de tres maneras distintas. Si pregunto a un individuo de cualquiera de los tres bandos estará convencido de su razón y de su verdad. La única manera de llegar a algún consenso será comprendiendo la situación de los dos grupos contrarios al que pertenecéis. Así durante un fin de semana intercambiareis papeles y responsabilidades en un retiro».
Aquellos dos días fueron muy productivo pues cada grupo sintió la responsabilidad de los otros dos.
Los alumnos integraron el miedo de padres y profesores a no saberlos guiar en la vida. Los padres incorporaron la sensación de de falta de confianza de sus hijos para darles responsabilidades, y sintieron la soledad e impotencia del profesor frente a tantos niños a los que prestar servicio. Y los profesores hicieron suyo el hastío de los padres ante la desobediencia de los vástagos, así como la necesidad de los alumnos de sentirse motivados en cada aprendizaje.
Todo individuo del grupo al que perteneciese, comprendió desde aquel día, que la realidad educativa de cualquier colegio es un triangulo de tres vértices indisolubles (profesores, padres y alumnos) unidos por un mismo fin: hacer del mundo un mejor hogar.
El solucionador una vez mas lo había logrado. Un nuevo conflicto resuelto en otro centro escolar. Antes de marchar dejó una nota de despedida en dirección, que más tarde publicaría el equipo directivo en una circular.
» Muchos pensareis que lo que ha ocurrido es un milagro, pero no hay nada de milagroso en darnos cuenta de que el ser humano tiene una maravillosa cualidad que le hace comprender al prójimo: La empatía. Si perseveráis en su uso, os daréis cuenta que abre muchas puertas, sobre todo, las de nuestro propio corazón.
No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debe romperlos. Las místicas cuerdas del recuerdo resonarán cuando vuelvan a sentir el tacto del buen ángel que llevamos dentro. Abraham Lincoln