Dame tu mano

 

Se había hecho sospechosamente mayor en pocos años. Su humor, amabilidad y generosidad habían desaparecido. ¿La razón? Demasiada racionalidad y poco corazón. Era experto en analizarlo todo y en tratar de superar las situaciones sin caer en la emoción.

Quería pasar por todas las situaciones de la vida de puntillas y sin sentir. Esta actitud lejos de ayudarle a controlar las circunstancias que le rodeaban, acabó haciéndole mucho daño. Se fue encerrando en un interior similar a una cárcel mental, con barrotes de oro y un espacio  cada vez mas pequeño e irrespirable. Poco a poco, a la pérdida de libertad, se le fue uniendo la de humanidad, convirtiéndose en una persona poco auténtica e introvertida. Difíciles características para el trabajo al que se dedicaba. Era maestro. Aunque  prefería le llamaran profesor porque para él la palabra maestro tenía otras connotaciones. En su trabajo se manejaba con bastante autoridad y rigidez y creía que la mejor forma de guiar a los niños era desde una firmeza muy impositiva. Pero al salir del trabajo sentía enfado y tristeza con su propia actitud,  invadiéndole una sensación de soledad. Cuando esto ocurría trataba de colocárselo en la cabeza. » No me valoran lo suficiente…lo que hago no le sirve a nadie…el sistema educativo no es el más adecuado…los niños de hoy pasan de todo…» eran algunas de las justificaciones que usaba para tratar de comprender su desencanto.

Un día caminando por el parque decidió sentarse en un banco. Allí jugaban gran número de niños en los columpios. Bulliciosos, alegres, despreocupados. Desde su lugar observaba aquella escena sin prestarla demasiada atención, imbuido en sus pensamientos y en su aspereza emocional.

En ese momento alguien le cogió de la mano. » Hola. ¿ Por qué estas tan serio?». Se  giró y a vio a una pequeña niña de unos cinco o seis años que se había sentado a su lado. Sus cabellos y sus ojos eran claros. Llevaba un vestido azul y su aspecto era angelical. » ¿No te han dicho tus padres que no hables con desconocidos?» le respondió el profesor. » Tu no eres un desconocido para mi. Hace un tiempo jugabas aquí conmigo, aunque ahora no te acuerdes.» La niña le miraba a los ojos mientras sonreía. No sabía que contestar. Había tanta belleza en el rostro de aquella pequeña y tanta dulzura en su voz…que empezó a ablandarse. » ¿Cómo te llamas?» » Me llamo Ángela, y vengo a jugar aquí todas las tardes desde hace mucho tiempo» . » ¿Qué opinan papá y mamá de que una niña tan pequeña esté sola en este parque?.». » Papa y mamá están tan ocupados en jugar a ser mayores que se han olvidado de mi». Respondió con tristeza. Comprendía a lo que se refería Ángela, pues había vivido algo parecido. Hubo un momento en el que la imaginación, emoción y fantasía formaron parte de su vida, pero una serie de acontecimientos fueron acabando de raíz con la magia de aquellos años.

En ese momento y sin saber la razón, nuestro protagonista le ofreció a la pequeña jugar en los columpios un tiempo. Ella feliz accedió. Mientras el profesor mecía con cariño a la niña en aquel columpio, comenzó a recordar el pequeño niño que fue. Era alegre, libre y muy natural. Tenía la sencillez dibujada en el rostro siempre y le encantaba mirar a las estrellas, que le hacían ensoñar con otros mundos y otras realidades.  ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Que tenía aquella niña que sólo al columpiarla le hacía conectar con aquella parte entrañable tan guardada en su interior?. Como si percibiera lo que estaba sintiendo y pensando, ella le miraba con aquella preciosa sonrisa inocente. Al finalizar el juego, la pequeña Ángela le agradeció el detalle con un espontáneo abrazo acompañado de un beso en la mejilla. Después se despidió con un» Gracias Javi ha sido muy bonito volver a jugar contigo».

El profesor se quedó estupefacto. » ¿Cómo puede saber mi nombre?. ¿Quién es este pequeño ser tan luminoso?».

Al llegar a casa Javi se sentía muy removido. El episodio en el parque le había descolocado por completo. Su control mental se había venido abajo, y estaba sintiendo tantas cosas a la vez, que le asustaba.
Decidió irse pronto a la cama para evitar entrar en los bucles mentales que le generaban las emociones que no podía controlar. Y así lo hizo. Pero lejos de solucionarlo, acrecentó la situación: » Tu infancia fue feliz pero ya pasó…jugar esta bien pero hasta los 7 años…el mundo no tiene sitio para los niños…Peter Pan murió hace tiempo…» eran algunos de los pensamientos que le venían a la cabeza, mientras trataba de conciliar el sueño. Cuando el rumie mental estaba llegando a su máximo nivel, algo rompió la dinámica. Un llanto desconsolado y ahogado se escuchó en una de las habitaciones de la casa de Javi. Y allí se dirigió para saber que estaba pasando. La sorpresa fue monumental. En el suelo de aquella estancia se encontraba un pequeño idéntico a Javi cuando tenía 8 años. Lloraba con mucho dolor. » ¿Qué te pasa amiguito? ¿Por qué lloras?». » Nunca quieres jugar conmigo, me tienes abandonado». Al mirarle y al tratar  de consolarlo, el profesor se dio cuenta de que aquel niño era su propio niño interior. Estaba sucio, se había hecho pis y caca por el miedo, y el rostro irradiaba una profunda tristeza. Javi  tomó conciencia de lo que le había hecho y con lágrimas en los ojos le dijo » Lo siento mi cielo, no sabía que te había abandonado». Ambos se fundieron en un gran abrazo, y lloraron, recordando todos aquellos momentos que les fueron alejando al uno del otro. El profesor supo  perdonarse  y perdonar a las personas que pudieron contribuir a aquel doloroso abandono.
Desde aquel día decidió cuidar del pequeño Javito y lo primero que hizo fue llevarle al parque al día siguiente.

Salió del colegio ( en el que sus alumnos le notaron más cercano y cariñoso) recogió a Javito en su casa y le llevó subido en los hombros hasta el parque. Allí la pequeña Angela excitada reconoció a Javi y en seguida le llevó de la mano a jugar mientras el maestro observaba con una sonrisa amplia y satisfactoria toda la escena. Momentos después alguien le cogió de la mano. Era la Ángela adulta » ¿Hola  jugamos?». La reconoció enseguida. » Claro que jugamos. Tenemos toda la vida para jugar». Respondió el alegre profesor.

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