Estaban en lo alto de la colina. Preparados para descargar toda su furia y violencia sobre el pueblo. Aquella horda, pues no se le podía llamar ni clan, comenzarían un nuevo ataque sobre otro poblado más de las estepas mongolas. El procedimiento sería el mismo. Llegar, destruir, saquear, violar a las mujeres, y alguno de los hombres que pudiera resistirse para humillarlos, y matar a todos y cada uno de los habitantes después cortándoles el cuello con una herida en forma de sonrisa macabra.
Se les conocía como los Xаранхуй, o Kharankhui (oscuros). Eran el grupo de guerreros mongoles más sanguinario del que se tenía noticias. Una jauría de hombres llenos de rabia y sed de poder, que en un país ingobernable como aquél, se abrían paso dejando un reguero de sangre y destrucción. Por desgracia para los habitantes de Mongolia, no eran la única horda qué sembraba terror y muerte. Lo que estaba claro es que los Kharankhui eran los más sádicos con diferencia. Sus corceles y atuendos eran negros, y si veías una nube negra acercarse a tu aldea al galope, quería decir que el fin de tus días había llegado.
La leyenda oscura de los Kharankui se extendía desde hace cuarenta años en aquella tierra. Las asustadas gentes contaban que para formar parte de aquel grupo se establecían unos terribles votos de obediencia, que de no ser cumplidos se penaban con la muerte.
El primer voto era Orshöölgüigeer. Significaba sin piedad. Los guerreros debían pasar a espada a todas y cada una de las personas que encontraran. Su seña de identidad era la sonrisa en el cuello. Lo más importante en la vida era ser fuerte, pues para este grupo solo los fuertes sobrevivían y tenían derecho a disfrutar de la tierra.
El segundo voto era khairtai baikh ni. Significaba sin amor. Los Kharankhui creían que el amor era pernicioso, y una muestra de debilidad. Para ellos las mujeres eran objetos sexuales que usaban a su antojo antes de eliminarlas. Tampoco establecían vínculos emocionales con sus compañeros de fechorías. Simplemente cumplían con su cometido de tomar por la fuerza y en el nombre de la fuerza lo que consideraban les correspondía.
El tercer voto era Öngörsön yamar. Significaba sin pasado. Quién pasara a formar parte de aquella horda, dejaba su vida atrás. No había posibilidad de enmienda. Su existencia estaría enfocada a la destrucción.
Una costumbre que alguna vez se daba entre los kharankhui era alistar a la jauría a los niños de 13 o 14 años de los poblados que habían arrasado. La prueba de acceso consistía en hacer la sonrisa en el cuello de las niñas del pueblo que quedaran vivas. Si se negaban los que recibían la sonrisa eran ellos. Pocos rechazaban tan horrible prueba iniciática, y una vez la realizaban la humanidad de aquellos jóvenes desaparecía del corazón para el resto de la vida.
El líder de aquel grupo maldito dio la orden, y los corceles negros dominados por oscuros jinetes comenzaron una nueva jornada de horror cotidiano. Pero esta vez no esperaban lo que iba a ocurrir. De las casas de la aldea surgieron guerreros con arcos y lanzas preparados para abatir aquella epidemia de violencia. Además, justo delante de ellos, desde un elevado montículo, apareció un ejército de hombres a caballo. Les habían tendido una emboscada. Aquel día fue el final los kharankui.
La colisión de fuerzas se produjo. En lo alto del montículo, un hombre observaba. Tenía lo ojos llenos de lagrimas, y apretaba los dientes con tristeza mientras veía como sus guerreros difuminaban la sombra que tanto terror había extendido en aquellas bellas tierras. Una vez cesó el ataque, llego con su caballo a la aldea. Bajó de él y comenzó un triste recorrido por el pueblo en búsqueda de alguien.
“ ¡¡Venga Genghis inténtalo otra vez!!. ¡¡No puedes rendirte!!.” Kublai alentaba a su pequeño hermano a que subiera la última pared. Él le esperaba arriba extendiéndole el brazo. Genghis le agarró con fuerza y sintió la poderosa musculatura que tenía el hermano mayor para impulsarle hacía arriba desde aquella roca de montaña con forma de muro de piedra. “ ¡¡Bien, bravo, tengo los dos hermanos más fuertes del mundo!!” Aplaudía abajo divertida una pequeña niña de unos seis años. “ ¡¡Sarangerel mira que altos estamos!!”. Gritaban desde arriba sus hermanos mayores fundidos en un abrazo.Eran tres niños muy unidos. Kublai ejercía de protector de sus hermanos. A Genghis le enseñaba a defenderse en la vida y a Sarangerel le mimaba con todo el amor.
Los padres de aquellos hermanos eran campesinos que trabajaban en las tierras del poblado de sol a sol, de ahí que Kublai tuviera un papel tan paternal y responsable con respecto a sus dos hermanos pequeños. Por la noche regresaron a casa después de la habitual excursión a las montañas cercanas al poblado. Sus padres todavía no habían vuelto de trabajar. Era muy extraño pues a esa hora normalmente les esperaban con la cena preparada. Más aquel día algo terrible había pasado. El pueblo se encontraba en un terrible silencio. “Quedaros aquí en casa, voy a darme un paseo por el pueblo para ver qué ha pasado”.
Les aconsejó Kublai bastante asustado. El deambular por el el pueblo era aterrador. Las casas estaban totalmente saqueadas y los cadáveres de los vecinos estaban por todas partes con cortes en el cuello. Mujeres, hombres, niños y niñas yacían desangrados en el suelo. Algunos de los cadáveres de las mujeres estaban desnudos. Las habían privado de la vida y de la dignidad. Kublai estaba desolado. Sin ninguna esperanza se dirigió a las tierras cercanas al poblado donde sus padres realizaban la labor como campesinos. Y allí en el suelo les encontró junto con otros compañeros de labor. Fríos, inermes. Al menos su madre había tenido la “suerte”, de no ser considerara deseable para los salvajes que había perpetrado todo aquel caos. El llanto y el dolor se vieron interrumpidos por un sonido de caballos a lo lejos. Pronto, se dio cuenta que sus hermanos estaban en peligro. El paseo por el pueblo había sido largo y estaba lejos de su hogar. Corrió despavorido y desesperado a la casa familiar, dejando atrás todo aquel horror. Al llegar allí vio alejarse un grupo de corceles negros montados por jinetes vestidos con ropas del mismo color. Un terrorífico presentimiento le pasó por la cabeza. Al entrar en aquella casa encontró el cadáver de su pequeña hermana, con un corte en el cuello. Gritó lleno de dolor, repitiendo el nombre de la niña y el de su hermano. Allí solo se encontraba Sarangerel. Genghis había desaparecido en la oscuridad de la noche, llevado por una sombra en forma de corceles y jinetes que había visto Kublai alejarse del pueblo. El joven enterró los cuerpos sin vida de todos y cada uno de los vecinos del poblado. Para el final dejó los de sus padres y hermana. Quería despedirse de ellos con tiempo, recordándolos con todo su amor. Una vez lo hizo permaneció viviendo en el poblado.
Un día se vio sobresaltado por un ruido de caballos. Pensó que los jinetes negros estaban de vuelta. En vez de esconderse temiendo por su vida, salió a su encuentro con una ira desesperada. Más el grupo de guerreros que se acercaba al poblado no eran la turba maldita que habían destrozado la vida del pueblo. Se trataban del clan del joven Temuyin, el khan de un clan de la nobleza Mongola. Aquel día Kublai fue informado de quienes eran los karhankui y de que seguramente su hermano era ya uno de ellos. Kublai estableció una gran amistad con el Temuyin Khan, y se forjó en el arte de la guerra.
Antes de lo que le había tocado vivir, el joven Kublai tenía un código del honor muy marcado, y un sentido de la justicia honorable. Lo que le pasó a su familia no hizo más que acrecentarlo.
Temuyin admiraba el idealismo y valentía de Kublai, pues a pesar de lo vivido, no quería venganza. Si algo se movía en su interior era la necesidad de una paz duradera en Mongolia, para que ningún otro joven viviera lo que él vivió o se viera obligado a tomar una decisión de supervivencia como la que tuvo que tomar su hermano Genghis. ¡¡¡Como le echaba de menos!!!. Lejos de sentir odio por él le recordaba con una gran compasión.
Con el tiempo supo que su hermano se había convertido en el caudillo de la horda devastadora. Aún así tenía la esperanza de que en el corazón de Genghis había mucho amor bloqueado por la sinrazón. No pocas veces Kublai le contó a Temuyin Khan lo bondad que tenía el caudillo de los karhankui. “Kublai, si Genghis fuera mi hermano no tendría ninguna piedad ni compasión con él. Por eso te admiro.” Le repetía una y otra vez el gran caudillo Temuyin. Los años pasaron y Temuyin hizo capitán del ejército a Kublai. La primera misión del joven capitán fue detener a la jauría que lideraba su hermano pequeño. Y así lo hizo.
Tras aquella noche en la que Genghis se vio forzado a arrebatar la vida a su hermana, las sombras se había apoderado de su corazón. Se convirtió en una terrible alimaña, sin piedad, sin amor y sin pasado. Se entregó tanto a la causa de los Karhankui que acabó siendo el cabecilla. Un líder terrorífico y despiadado que apenas dormía por las noches pues todavía en sueños se la aparecían los ojos de una niña llamada Sarangerel, mirándole con inocencia segundos antes de quitarla la vida. Aquella noche no iba a ser una excepción. Tenía un mal presentimiento, pues su turba era más odiada que nunca. Habían sembrado tanto mal e incomprensión, que un grupo de guerreros perteneciente a un gran clan cuyo Khan era el gran Temuyin, puso precio a su cabeza. Al día siguiente, se cumplieron los malos augurios de Genghis. Un ejercito frenó en seco el horror de los karhankui.
Kublai recorría el pueblo en silencio como aquel día de hace 20 años. Sus soldados habían abatido a los guerreros de la oscuridad. Les había pedido que en la medida de lo posible no acabaran con la vida de ninguno de aquellos desgraciados, para darles a los que quisieran, una posibilidad de redención. Quizás dio estas órdenes pensando en su hermano, o en los muchos hombres de los karhankui que como Genghis se vieron arrastrados a una espiral de odio y violencia sin haberlo elegido. Pocos de los guerreros de vestimenta negra sobrevivieron pues preferían la muerte a la rendición, y los que lo hicieron quedaron mal heridos.
En su paseo por el poblado un soldado del clan se acercó sobresaltado a Kublai. “ Señor. Es su hermano. Le tenemos. Está ahí delante. Justo debajo del caballo”. Kublai aceleró el paso y llego hasta el lugar que le habían dicho. Allí estaba Genghis, aplastado por su caballo, agonizando. El hermano mayor con los ojos llenos de lagrimas se acercó y le cogió la mano “ ¡¡Hermano!!!. ¡¡¡Qué alegría verte!!.”. Genghis con voz entrecortada y lleno de dureza contestó “ No necesito tu compasión. La compasión es de débiles”. “ La fortaleza es el amor hermano. Te arrebataron la fuerza cuando aquella noche te obligaron a elegir entre tu vida y a la de nuestra pequeña luz de luna. Más yo te perdono, y ella te perdona”. Por el amor que sentía le estaba dando Kublai y por las palabras de perdón que recibía de él, el gran caudillo de los kharankui recordó a la pequeña Saresgerel y pudo observar como la imagen fantasmal de una niña le cogía la otra mano que no sostenía Kublai. “ Vamos Genghis inténtalo otra vez, no puedes rendirte” rememoró el amoroso hermano mayor como aquella vez que ayudó a Genghis escalando el muro. El otrora despiadado lider rompió a llorar sin consuelo, más aquellas lagrimas brotaban del corazón. Eran lagrimas de autocompasión y perdón.
Kublai, su hermano, le había liberado y el alma de su hermanita estaba allí sonriéndole, mirándole con inocencia. Genghis no pudo sobrevivir a las heridas y allí falleció. El virtuoso capitán le lloró con una sonrisa en los labios. Había conseguido redimir a Genghis y pudo atisbar desde su posición como en la oscuridad de la noche, unas figuras luminosas de un hombre y una niña de unos seis años desaparecían por un portal de luz. El hermano mayor se sintió en paz.
Temuyin Khan recibió de mano de Kublai la información sobre lo que había acontecido en la batalla de los kharankui. Lo concerniente a Genghis le marcó mucho. Tanto que por la historia de aquel hombre y por admiración al capitán de su ejército, decidió cambiarse el nombre de Temuyin por el de Genghis. Aquel Khan que se pasó a llamar Genghis, inspirado por las vidas de Kublai, Ghenghis y Sarangerel, decidió acabar con los abusos de los clanes violentos en aquellas estepas unificándolos en uno de los mayores imperios que recuerda la humanidad: El imperio Mongol. Pero eso, ya es otra historia.
“La Tierra no tiene ninguna tristeza, que el cielo no pueda curar”. Santo Tomás Moro.
Llegó de mi mano al lugar llamado Unum. Almas de todos los confines del universo vienen hasta aquí como transición a otra vida. Muchas de ellas llegan directamente tras morir. Otras, llegan tras ascender de la oscuridad del los niveles tenebrosos de los que habló, el que conocéis como Dante Aligheri en La Divina Comedia.
Genghis tuvo la suerte de que mi hermano en aquella vida, Kublai, le iluminó el corazón antes de partir junto a mí a Unum. Le esperé después de que me asesinara, pues tenía fe en que el bello niño que era encontraría la manera de redimir su vida. Kublai fue mi mejor aliado. Un alma con un corazón tan puro solo podía irradiar y contagiar amor incluso a alguien que había olvidado su propia esencia como fue el caso de Genghis. Kublai era una llama viva de la esencia. Si no hubiera sido por él, Genghis hubiera acabado en el séptimo nivel del averno. Allí van los homicidas y suicidas antes de transitar a Unum. Pero por suerte, mi querido hermano nunca conoció aquel lugar.
“Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te quemes a ti mismo”William Shakespeare.
Abdull estaba preparado. Se había colocado el chaleco lleno de explosivos debajo de la ropa. Antes realizó sus oraciones al alba, confiando en que pronto se reuniría con su hermano Ahmed en el paraíso, al cual, según contaba el Imán de su mezquita, llegaba todo buen mártir musulmán. Años antes su hermano Ahmed murió tiroteado por el ejército Israelí en aquellos años conocidos en Tierra Santa como la Segunda Intifada. Los días de disturbios en los que las piedras fueron replicadas por balas, cimentaron un muro real y emocional de odio entre Palestinos y musulmanes. Abdull no supo perdonar a los asesinos de su hermano y la venganza le llevó a alistarse en grupos terroristas suicidas. Aquel fatidico día todo iba según lo establecido. Ataviado con un mono de trabajo, a las 8.00 de la mañana subía en un autobús que le transportó al centro de Jerusalem. Una vez allí, en pleno barrio judío, tiró de la anilla del chaleco y detonó los explosivos. Murió en el acto. Junto a él treinta personas más, entre las que se encontraban seis niños que regresaban de la escuela junto con sus padres. Fue una masacre. La paz se alejó un poco más de los santos lugares y sin que él lo supiera, se alejó también del alma de Abdul.
“ Quizás el sufrimiento y el amor tienen una capacidad de redención que los hombres han olvidado, o al menos descuidado”. Martin Luther King.
El trabajo para Genghis ni mucho menos había terminado al llegar a Unum. A pesar de no haber transitado por los círculos de las sombras, debía encontrar el camino a su propio corazón. Su aspecto seguía siendo muy fiero incluso aquí. Un rostro frío e impenetrable adornado con cicatrices en el ojo izquierdo y en la ceja derecha daban una idea de qué clase de ultima vida había vivido Genghis.
Un día paseando conmigo de la mano me preguntó con firmeza“¿ Y ahora que va pasar conmigo?”. “ Vivirás numerosas vidas hasta que comprendas, lo que es el amor. No va a ser un camino fácil hermanito. Vas a vivir en tu propia carne lo que le hiciste a muchas personas en Mongolia. Sufrirás, pero eres valiente y tengo la certeza que sabrás encontrar el camino de vuelta a tu esencia Genghis, y tu esencia es el amor”. El rostro de mi hermano se oscureció. “Sé que he hecho mucho mal. Tengo miedo a recaer en mis anteriores comportamientos en las proximas vidas de las que me hablas. Mi interior sigue teniendo sed de sangre y de violencia”. “ No te preocupes Genghis, esa sed desaparecerá en las siguientes existencias. En tus siguientes experiencias encarnarás en personas que huyen del conflicto y la confrontación. Personas que no saben poner límites, y personas que buscan el consenso y la paz. Así lo ha establecido para ti la llama eterna, y siendo así, seguro que más temprano que tarde volverás al amor”. “ Tengo miedo hermanita. Creo que voy a necesitar tu ayuda”. Le acaricié la mano con ternura. Internamente Genghis seguía siendo el niño asustado al que no le quedó más remedio que matarme.. “ Cuando te sientas perdido mira al cielo en la noche. Busca la luna, al fin y al cabo mi nombre es Sarangerel, que significa pequeña luz de luna”. Entre decidido y asustado Genghis me miró a los ojos. Su mirada estaba cargada de bondad. Luego nos fundimos en un abrazo interminable de despedida. Estaba preparado para partir.
“Largo y arduo es el camino que conduce del infierno a la luz”. John Milton.
Los ojos de Abdul solo percibían penumbra. Estaba en lugar abierto. El cielo era de un negro intenso y no se percibía estrella alguna. El olor a podrido lo inundaba todo de una manera tal que solía provocar el vomito de los que allí estaban. No sabía cuánto tiempo llevaba allí pues solo existía noche y oscuridad. A veces se cruzaba con otras personas que chillaban de terror o de desesperación frases inconexas. Los primeros días se sorprendió atacando a otros hombres que tenían el uniforme del ejército israelí, mas por mucho que se golpeaban no morían nunca, aunque el dolor de las heridas era el mismo que estando vivos. Así el corte que uno de los soldados le había hecho en el abdomen con un machete, no le había dejado de doler y de sangrar. Aquel lugar y el dolor de las heridas que se había producido en las reyertas, le habían hecho desistir de enfrentarse con nadie. Estaba completamente desesperado. ¿Dónde quedaba el paraíso que Alá había prometido para los buenos mártires musulmanes? ¿Cómo había acabado en el mismo lugar de aquellos soldados infieles y carniceros?. No tenía ni respuesta para aquellas preguntas, ni confianza ni fe en salir de la situación en la que se encontraba. Decidió tumbarse en el suelo a dejar pasar el tiempo, sabiendo que la muerte ya no llegaría pues estaba ya muerto.
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuán recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la espalda:
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
Willian Ernts Henley
Genghis pasó por tantas vidas que hasta llamarle por ese nombre resulta complicado. Fue hombre y mujer tantas veces como la llama divina había establecido y vivió situaciones tan terribles como las que generó en su tiempo.Asesinado a sangre fría por ejércitos saqueadores. Siendo mujer fue violada varias veces y luego masacrada. Fue niño asesinado en tiempos de guerra y sintió la desesperación del que tiene que dejar su tierra para evitar ser ejecutado por ejércitos sin escrúpulos. En todas y cada una de aquellas vivencias me buscó mirando fascinado a la luna llena, sin saber nunca porque lo hacía, y siempre sintió alivio.
Tras mucho vivir y experimentar llegó el momento del salto definitivo en el que todo aquel karma se disolvió. En aquella última experiencia Genghis fue un político africano que buscó la libertad de su pueblo. Primero abrazó la lucha armada y por ello estuvo casi treinta años en prisión, en los cuales los servicios de inteligencia del país donde vivía planearon el asesinato de su hijo. No solo perdonó aquella situación sino que además nada más salir de la cárcel se convirtió en el primer presidente negro de la patria que le vio nacer, gobernando al lado de los que le habían privado de libertad. Aquel gran hombre fue conocido entre los suyos como Madiba.
Genghis al fin, había transformado el karma en dharma creando una nación multiracial. Como no podía ser de otra manera una noche de luna llena abandono la vida.
Llegó a Unum con una gran sonrisa pues mi hermano sabía que en aquella experiencia había transcendido el dolor, convirtiendolo en amor. Nada mas vernos Genghis y yo nos fundimos en un abrazo amoroso e interminable como cuando nos despedimos hace eones.
“Tres cosas conservamos del paraíso. Las estrellas, las flores y los niños”.Dante Aligheri.
Abdull había perdido por completo la noción del tiempo así como la esperanza. Las heridas sangraban y dolía sin fin y los pensamientos eran tan oscuros como aquel maldito lugar. Lejos en el firmamento vio una luz. Ese pequeño destello le había hecho recordad la infancia en Jerusalem. Por aquellos años miraba al cielo estrellado en las noches de verano, junto con su querido hermano Ahmed. Comenzó a recordar los juegos junto a él, así como el amor que sentía por sus padres y lo bonita era su vida hasta que se dejó llevar por el odio. Allí postrado en el suelo Ahmed recordaba su humanidad sin darse cuenta que la pequeña luminaria crecía y crecía de tamaño aproximandose a él con velocidad y determinación. Alguien había rezado por él en vida, alguien recordaba a Ahmed como el gran ser humano que un día fue. Una mujer, su madre, pedía por la redención de su hijo desde lo más profundo del corazón, y el cielo había escuchado la llamada.
“No vemos a los ángeles pero en las avenidas oscuras de las angustia se acercan y nos llaman. ¡Se parecen a ellos las personas queridas y no son sino ángeles los seres que nos aman”.Pedro Bonifacio Palacios.
Y esto querido lector@ es todo lo que puedo contarte de la historia de Genghis, pues ahora es él quien escribe la suya propia. Tan solo decirte que en este viaje por la existencia, nunca estamos solos y todo tiene un porqué. Dios no da puntada sin hilo. Si alguna vez te sientes desconsolad@, perdid@ o falt@ de fe, mira a la luna llena y te calmaras. A Genghis le sirvió. A ti seguro que también. FDO: Sarasgerel.
“Y subió al cielo y está sentado a la derecha del padre”.Credo de la Iglesia Catolica.
Epilogo.
Tras llegar al infierno lo encontré tumbado sobre un enorme charco de sangre. Tenía una herida tremenda en el abdomen y balbuceaba palabras sobre un tal Ahmed. Supongo que tenía el mismo aspecto que yo el día en que Kublai vino a despedirme. Sujetándole la mano le tranquilicé y besé su frente. No sé porque, pero ese pequeño gesto tranquiliza a muchos de los que caen en el averno. Quizás sea porque nuestros padres nos calmaban de esa forma cuando eramos niños.
Lo tomé en brazos recité las palabras que la llama divina me había enseñado, y ascendimos al cielo con liviandad y calma. Con la misma liviandad y calma que me acompañó Sarasgerel la noche en que yo, Genghis, dejaba atrás una vida más cercana a la oscuridad que a la luz a la que ahora pertenezco y con la que me fusiono. Aunque en muchos momentos de vuestra larga existencia os cueste creerlo, el cielo siempre nos da una nueva oportunidad.