Hace unos años quedó somnoliento para el amor. Las causas no estaban claras, pero según cuentan, la niebla de la culpa invadía su ser. Y no. No era incapacidad de amar lo que sufría, sino una especie de autoencantamiento que le hacia fracasar una y otra vez. Había hecho de todo. Sanado raíces familiares, viajado a otros lugares de conciencia, incluso había usado la magia del coaching así como técnicas de todo tipo. Seguía sintiendo el mismo peso.
Un día apareció en su vida una bella dama. Era una mujer radiante, llena de fuerza y sensibilidad. Quedo rápidamente prendado de ella, mas el miedo le invadía cada vez que la tenia delante. Seguía sintiendo que quizás el dolor de su interior le impediría estar cerca de aquella mujer tan especial. El pecho le ardía cuando la miraba, pero la cabeza le frenaba. Ella siendo mucho mas valiente que él, se acercaba sin miedo amándole como era. Él sentía que merecía la pena luchar por alguien así.
Lo mejor ocurría cuando estaban juntos frente a frente y comenzaban a hablar. Tenían una habilidad increíble para comunicarse de corazón a corazón. Cuando la miraba, notaba como si la conociera de siempre. Su gracia, su desparpajo y su forma de sonreir era tan familiar… Sacaban lo mejor el uno del otro. Aún así, en su cabeza también resonaban frases que le atormentaban cuando tenía la presencia de aquella grácil mujer delante.
Un día Erica, que era como se llamaba, decidió contarle el cuento de Blancanieves. Manuel, nuestro protagonista, decidió escucharla con atención. Le pareció hermosísimo contado por la boca de su enamorada. El final le inspiró. El beso del príncipe que despertaba a Blancanieves del sueño le emocionó. Lloró como un niño: » Para ser hombre, tienes mucho de Blancanieves». Dijo sonriendo Erica. Él la contestó: » ¿Tú crees que alguien podrá deshacer el hechizo?.» Sin mediar palabra la joven le besó en los labios mientras tocaba su corazón. Quizás no sanó con un solo beso, quizás hicieron falta algunos mas. Cuenta la leyenda que con el tiempo Manuel disipó la niebla y fue capaz de escuchar los latidos de su propio corazón unidos al de su amada. Toc toc, toc toc, toc toc. Los dos eran uno.