El jardín de la vida

A los pocos días de nacer yo, Mamá desarrolló una gran infección. Semanas más tarde remitió, o al menos eso parecía. Estaba muy asustado porque mamá estaba siempre cansada y pálida. Algo malo la pasaba. No me atrevía a llorar para pedir alimento, pues la sentía tan débil que creía que si me alimentaba moriría. Así que durante mucho tiempo, ella pensó que yo era un bebe muy tranquilo, cuando en realidad estaba aterrado por su salud. Incluso dejé de llorar de noche para que pudiera descansar. Era tan bonita y tan delicada…era mi mamá.

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Legon y la tristeza

Erase una vez un perro llamado Legón. Era muy alegre y dicharachero. Siempre se acercaba moviendo el rabo a todas las personas y solía líderar la manada allá donde estuviera. Le gustaba juguetear con  niños, y acompañar a los adultos que sentía tristes y solitarios. Era un can sociable muy querido por los humanos. Entre los suyos, despertaba respeto y admiración a partes iguales, sin necesidad de pedigrí o de ganar concursos de Agiliti.

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Los gemelos desconocidos

Nacieron a los siete meses, formándose en la misma bolsa gestacional. Eran gemelos. Por lo precipitado de su llegada al mundo uno de ellos peso un kilogramo al nacer, mientras que el otro ya estaba desarrollado. Aquel nacimiento marcó la pauta de lo que iba a suceder a lo largo de su historia de vida. Mientras que el mayor creció fuerte y fiero, el pequeño se desarrolló sensible y empático.

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Hechizo de Amor

Hace unos años  quedó somnoliento para el amor. Las causas no estaban claras, pero según cuentan, la niebla de la culpa invadía su ser. Y no. No era incapacidad de amar lo que sufría, sino una especie de autoencantamiento que le hacia fracasar una y otra vez. Había hecho de todo. Sanado raíces familiares, viajado a otros lugares de conciencia, incluso había usado la magia del coaching así como técnicas de todo tipo. Seguía sintiendo el mismo peso.

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La Verdadera Destreza

Una vez mas había renacido de las cenizas. Se había levantado tras besar la lona, y como si la fuerza hubiera vuelto a él por completo, contraatacaba con fuego en los golpes y rabia en la mirada. Poco tardó el rival en caer abatido por tan furibundo envite. El árbitro contó hasta diez. Una vez más Nino había ganado un combate que parecía perdido.
La gente le aclamaba en aquel Pabellón que en otros momentos servía de cancha para los partidos de baloncesto y fútbol sala, del equipo de la ciudad. El mito levantaba los brazos orgulloso, mientras  el público enloquecido gritaba ¡¡espartano, espartano!! El nombre le venia, por ser un luchador que no se rendía nunca y  crecía ante las adversidades. Había hecho de esta particularidad su manera de confrontarse en el ring.

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