Había una vez un niño llamado Javi. Era un pequeño muy vivo y sonriente. Sus papas le enseñaron pronto a rezar. Jesusito de mi vida, Angel de la guarda, Cuatro esquinitas. Lo hacía con fervor y con mucho entusiasmo, pues se sentía protegido y cercano a ese padre que todos tenemos. Le gustaba mucho ir a misa de niños los domingos con papa y su Chache. También se sentía muy feliz, sobre todo cuando llegaba la Navidad, Semana Santa y el día del Corpus en el cuál la abuela, le compraba el primer helado del año.
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La playa de mi misterio
Ya no había marcha atrás. Estaba decidido a encontrarme con la propia esencia. Era tan consciente de que mi vida había sido una sucesión de egos de supervivencia que ya no podía soportarlo más. Ni mi cuerpo, ni mi propia coherencia interna me lo permitían ahora. Así que decidí adentrarme en las profundidades del ser para descubrirme.
Un guerrero con corazón
Era un joven guerrero que pensó haber perdido el honor. Por ello en un acto de huida existencial decidió clavarse la espada. Consideraba que llevaba el tiempo suficiente en la propia guerra personal como para comprender ciertos aspectos del combate que todavía se le seguían escapando. Estaba cansado, desorientado y muy asustado, así que se rindió de la peor manera posible: Considerándose el enemigo.
Dame tu mano
Se había hecho sospechosamente mayor en pocos años. Su humor, amabilidad y generosidad habían desaparecido. ¿La razón? Demasiada racionalidad y poco corazón. Era experto en analizarlo todo y en tratar de superar las situaciones sin caer en la emoción.
El peregrino cruzado
Hace ya algún tiempo un cruzado recién llegado de Jerusalén sintió la necesidad de buscar en su interior. Tras varios años en la guerra contra sarracenos, y demás hijos del islam, Rolando de Orgaz, regresó al reino de Castilla hastiado de la guerras provocadas por identificar el Dios verdadero.