Una vez mas había renacido de las cenizas. Se había levantado tras besar la lona, y como si la fuerza hubiera vuelto a él por completo, contraatacaba con fuego en los golpes y rabia en la mirada. Poco tardó el rival en caer abatido por tan furibundo envite. El árbitro contó hasta diez. Una vez más Nino había ganado un combate que parecía perdido.
La gente le aclamaba en aquel Pabellón que en otros momentos servía de cancha para los partidos de baloncesto y fútbol sala, del equipo de la ciudad. El mito levantaba los brazos orgulloso, mientras el público enloquecido gritaba ¡¡espartano, espartano!! El nombre le venia, por ser un luchador que no se rendía nunca y crecía ante las adversidades. Había hecho de esta particularidad su manera de confrontarse en el ring.
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